Los partidos están dejando claro que poco les importa los ideales y banderas de la colectividad que representan y que lo que prima en este tipo de actos es ganar elecciones, es imponer, a cualquier costo, la supremacía de tal o cual personaje, aun a riesgo de que se vulneren los principios éticos y morales de la colectividad.”

Autor: Héctor Jaime Guerra León*

Habiendo quedado definitivamente cerrado el proceso de inscripción de candidaturas a los diferentes cargos de elección popular, para las elecciones regionales en nuestro país, quedan algunas situaciones que realmente siguen dejando mucho que desear frente a lo que debe ser realmente un proceso electoral ajeno a todo asomo de corrupción y politiquería.

Como dice el refrán popular, “desde el desayuno se sabrá cómo va ser el almuerzo”. Y es que nada distinto podemos pensar frente a la forma como fue adelantado el proceso de selección de las distintas opciones electorales en muchos de nuestros territorios e inclusive a nivel nacional, desde donde -se dice- algunos altos jerarcas, por no decir “dueños de los partidos”, repartieron a diestra y siniestra avales, sin conocer siquiera los candidatos y mucho menos las situaciones específicas que pudieran originar el otorgamiento de dichas acreditaciones. Por eso hoy la queja generalizada es que para conseguir uno de esos avales se necesitó ser más amigo del respetivo jerarca (o del sequito que lo rodea), que la afinidad real del candidato con su pueblo o su entorno social y comunitario, donde se deberá realizar efectivamente las respectivas elecciones o el debate electoral (si es que lo habrá) o el programa de éste y la coherencia de las propuestas respecto de los verdaderos anhelos de los electores con las necesidades concretas de la comunidad en general.

Por eso es que en dicho proceso resultaron finalmente, por ejemplo, conservadores avalados con las divisas rojas o viceversa, líderes de otros partidos avalados con ideologías totalmente antagónicas con los ideales que estos aspirantes profesan. Ello porque con dichas dinámicas, infortunadamente, no se respetan las posturas y creencias ideológicas de dichas colectividades y mucho menos la de sus seguidores o simpatizantes, sino que dichos respaldos se otorgan con fundamento distinto y básicamente con el único interés de que en dicho territorio tal o cual cacique mantenga su porcentaje de poder o tal o cual candidato gane las elecciones, aun en contra de quién o quienes realmente son afines o fervientes seguidores o miembros de dicho partido.

Con estos comportamientos los partidos están dejando claro que poco les importa los ideales y banderas de la colectividad que representan y que lo que prima en este tipo de actos es ganar elecciones, es imponer, a cualquier costo, la supremacía de tal o cual personaje, aun a riesgo de que se vulneren los principios éticos y morales de la colectividad que de esa manera se arrodilla ante estas insanas prácticas. Por eso es que pasado el debate electoral, ya en sus cargos, no pocos de estos candidatos asumen posiciones y se comportan contrariando las posturas estatutarias de su colectividad, de su militancia. Este vicio es uno de los que más ha hecho que la gente del común pierda interés por pertenecer a un partido en especial y que un político gane las elecciones a través del partido o los partidos que sean, pues al fin y al cabo son los dirigentes y no la militancia, el pueblo elector, los que han vuelto esta insana costumbre una práctica común que ya ni siquiera es advertida o descubierta por la mayoría de los ciudadanos votantes.

En resumen, debe concluirse que han sido infructuosas y poco productivas las reformas políticas y los grandes esfuerzos que en esa materia, y con el ánimo de oxigenar la democracia, se han realizado; pues dichos ideales no han estado siempre orientados a que puedan existir multiplicidad de partidos y nuevas y mejores formas de participar en la vida nacional, como una auténtica forma de redimir y mejorar la institucionalidad política, para seguir buscando perfeccionar y depurar los mecanismos que son necesarios para buscar y lograr mejores espacios, más desarrollo y mejor calidad de vida para todos, en condiciones de equidad, igualdad y justicia, como aparentemente reafirman las plataformas ideológicas y programáticas de cada uno de esos partidos.

Los partidos que se crearon –supuestamente- con el ánimo de salir a luchar por un mejor bienestar para todos los colombianos, pero con ese tipo de conductas dejan ver claramente que no han sido eficaces para la promoción y el surgimiento verdadero de otras corrientes del pensamiento político y filosófico nacional; esto es, para el auspicio del pluralismo político y que otras fuerzas e idearios ingresen al escenario democrático y social, pues los nuevos partidos se van dejando fácilmente permear –por no decir contaminar- de los mismos vicios que criticaron y que prometieron combatir con su surgimiento al escenario político, prestándose para este tipo de jugarretas y malos comportamientos afecten de manera directa y desafortunada lo más sagrado de nuestras conquistas: la democracia.

Esas mañas y jugarretas también se ven reflejadas en otro gran truco que se han inventado para frenar y desincentivar a quienes no quieren participar en ese competido juego de los avales y quieren preservar su independencia, a través de lo que han denominado “grupos significativos de ciudadanos” o personas naturales que con sus firmas avalan una candidatura. Afirman que cuando un líder no hace parte de un partido, porque no quiere pertenecer o simplemente porque no quieren darle uno de esos respaldos, puede hacerlo por firmas, pero cuando va a inscribirse le salen con una costosa póliza que obliga al líder y al grupo, por no poder pagar tal altos costos, a irse a suplicarle a los partidos que lo avalen y/o someterse a sus condiciones o simplemente no poder inscribirse, como ha ocurrido en muchas oportunidades, relegando a dicho grupo a hacerse a un lado o a someterse a cualquier otro interés partidista o particular, para poder participar en los procesos electorales.

¿Por qué si el Estado financia la campaña de los partidos, no se financia también o se dan mejores opciones a quiénes no quieren o no pueden hacer parte de los partidos?

Así las cosas, son asuntos sobre los cuales el Estado y la sociedad tendrán que trabajar, revisar y mejorar, porque con estas reformas lo único que se ha logrado es fortalecer los privilegios e intereses particulares de aquellos que se han podido hacer a la “propiedad” de los partidos, quedando desde allí inequitativamente autorizados para manipular la democracia, las elecciones, mantener hegemonías y la posibilidad de ponerle freno a los nuevos liderazgos que no estén de acuerdo (o no comparten) con este tipo costumbres, vicios y corruptelas.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Comunitaria; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.

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