Por Iván de J. Guzmán López

Pocos colombianos recuerdan hoy al doctor en Medicina y Cirugía, Especialista en Psiquiatría y Máster en Filosofía,  Luis Carlos Restrepo; yo mismo lo recordaba poco. Pero el pensamiento elevado no fenece, siempre está vivo en un  libro, en un lector, en la generosidad de un buen amigo. Fue la generosidad y la cultura de un amigo, el doctor José Raul Jaramillo Restrepo, quien me recordó la grandeza de un hombre a quien –víctima de una guerra insulsa, que no lleva a ninguna parte- le sucedió lo que a miles de colombianos, que han debido huir del país por innúmeras circunstancias. Huir de la tierra nativa a la que aman y en donde están sus raíces, su pensamiento, sus anhelos y su vida, debe ser la condena màs espantosa, la màs inhumana. Es soñar por siempre con la amada Ítaca, pero saber imposible el retorno. Qué triste escribirlo: debieron huir, no importa el motivo; simplemente debieron huir.

Yo sabía del valor intelectual, sociológico, cultural, filosófico y humano de un hombre que nos regaló escritos tan bellos, necesarios y lúcidos, como: El derecho a la ternura, Libertad y locura, La trampa de la razón, Ecología humana, Semiología de la salud, El derecho a la paz, Ética del amor, Memorias de la tierra, La fruta prohibida, Mas allá del terror, El retorno de lo sacro y Viaje al fondo del mal. Este conjunto de títulos, que redondea toda una obra literaria, científica, filosófica, social y humana (estoy de acuerdo con algunos críticos), es una extensa “reflexión sobre la libertad humana, abarcando los campos de la psiquiatría, la educación, la política y la filosofía. Su concepción de la libertad, como encuentro fructífero con el azar, es el eje en torno al cual redefine la práctica psiquiátrica, la vida familiar y el ejercicio ciudadano. Desarrolla además conceptos complementarios como el valor central de la ternura, la ecología humana como emergencia de la singularidad sin romper la interdependencia y lo sacro como figura de la conciencia en la sociedad de masas contemporánea”.  

La generosidad de mi amigo José Raúl Jaramillo Restrepo (uno de los recordados cofundadores de la Universidad Autónoma Latinoamericana, de la cual fue su Vicerrector Administrativo hasta alcanzar su pensión), puso en mis manos un libro bellísimo, casi desconocido en el medio editorial, y que de no ser por la publicación que hizo de él, la Gerencia de Cultura del Quindío, dentro de su programa de recuperación de la memoria cultural de la región, se habría perdido en el olvido.

Memorias de la Tierra, que asì se llama el libro salvado de la desmemoria, y que en realidad es un delicioso opúsculo de 4 capítulos: La paloma tenía corazón, Historia de una casa caminera, La mano en el espejo y La casa del teatro,  es un bello compendio de historia del Quindío, de amor por la tierra, de recordación (algo triste y trágica) de la familia y de queja filosófica y sociológica por nuestras provincias olvidadas, o por la violencia que (agazapada siempre) tantea los pasos de los colombianos. Se viene a la memoria y al corazón, con su lectura, el preciosismo de Bernardo Arias Trujillo, la memoria costumbrista y amante de don Agustín Jaramillo Londoño, el dulce amor por las cosas antioqueñas de Tomás Carrasquilla, o el verismo doloroso de mi maestro Manuel Mejía Vallejo, en especial, cuando hablamos de sus cuentos. 

Entre agosto del 2002 y marzo de 2009, el doctor Luis Carlos Restrepo se desempeñó como Alto Comisionado para la Paz del gobierno de ese entonces, y fue cuando debió huir del país. No  sé quién o quiènes, en la embriaguez del poder, puso en su vida una circunstancia dolorosa para él, para su familia y para Colombia, que hizo que perdiéramos, esencialmente, a un gran escritor, a un pensador y a un humanista.

Infortunadamente, para la triste historia de Colombia y desgracia de nuestros hijos, la guerra no termina. Las desigualdades sociales no se acaban. Muchos han huido y tendrán que huir, porque la descomposición social, y la política en su concepción más pobre, los expulsa sin misericordia. La mala hora, no cesa. Y el dolor y la pérdida de hombres, esencialmente buenos como Luis Carlos Restrepo, no termina.