Por LUIS ALFONSO PÉREZ PUERTA

 En un ejercicio de introspección, me permito explorar estas ideas que, aunque a primera vista puedan parecer desconectadas de la realidad, encuentro en ellas una forma de expresión y desahogo imparcial. Imaginemos que este mensaje es obra de un autor anónimo, compartido en alguna red social, donde sus palabras son recibidas con indiferencia o quizás con un mero gesto de aprobación virtual.

Tomemos ejemplos de figuras como Andrés Caicedo, Virginia Woolf y el hijo de Piedad Bennett, quien plasmó su experiencia en “Lo que no tiene nombre”. Personajes que, a pesar de sus vidas aparentemente cómodas, se encontraron en un oscuro lugar y tomaron la trágica decisión de extinguirse. ¿Por qué? ¿Acaso no disfrutaban de una existencia satisfecha? Si sus vidas estaban respaldadas por una familia solidaria, ¿era todo mera fachada? Estas interrogantes nos sugieren que la vida no es tan simple como aparenta ser. Podrían ser máscaras que nos colocamos según el escenario y el momento.

A simple vista, mi propia vida tiene un propósito. Mi búsqueda espiritual le confiere significado, ¿o acaso es solo otra ilusión? ¿Podría ser que los nihilistas o ateos tengan razón al proclamar “comamos y bebamos, que mañana moriremos”, y no haya nada más allá de la muerte? ¿Es posible que solo nuestro cuerpo, que nace, crece, envejece y fallece, sea lo que verdaderamente importa? O tal vez, como plantea la perspectiva espiritual, ¿no somos más que nuestro cuerpo? ¿Y qué hay de la enseñanza universal que sostiene que “somos lo que pensamos”? ¿Acaso solo deberíamos preocuparnos por las ideas que nos atormentan, o sería más sabio modificar esas percepciones, abrazar los sonidos placenteros, las voces que nos alivian, aceptar la medicina que sana y deleitarnos con el canto de las aves, aspirando algún día a oír la voz divina en el silencio? ¿O será que esta noción es también una ilusión?

Si aceptamos tal premisa, nuestra existencia se desvanecería en la penumbra de la insensatez. Si los problemas mundanos son el único núcleo esencial, ¿en qué lugar quedan las enseñanzas de los Maestros que descendieron a iluminarnos? ¿Fue en vano su esfuerzo? La enseñanza universal sostiene que esos Maestros nos dejaron la verdad y ahora somos libres para elegir. A nosotros nos corresponde decidir si seguimos por el sendero del mal, sumergiéndonos en el pantano y deleitándonos con la suciedad, o si damos un giro radical de 180 grados para liberarnos de los conflictos y escuchar la voz de nuestro Gurú, encaminándonos por la senda del Bien, que constituye la auténtica existencia. En última instancia, esta elección implica la diferencia entre ser cadáveres errantes o vivir con plenitud y propósito.

En conclusión, este ensayo nos invita a reflexionar sobre la complejidad de la existencia humana, explorando la interacción entre la realidad material y la espiritualidad, así como la importancia de nuestras elecciones en la búsqueda de un sentido profundo y genuino en la vida.