Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS  

 Hoy, al contemplar la graduación de los nuevos profesionales 2020, la Universidad antioqueña es mirada con ojos llenos de esperanza, confiando en que los diarios desvelos habrán sido fecundos y encontrarán en su ejecutoria futura un cumplido efecto multiplicador.  La etapa que ahora se abre para los nuevos graduados tiene siempre algo de caja de sorpresas.  La ilusión apasionada con que se espera cada uno realizar su personalidad, poner en juego la propia capacidad, se acompaña quizá de una prudente incertidumbre acerca de cuál va a hacer el resultado de esa prueba irrepetible que es la vida misma.

Me atrevería, no obstante, a asegurar que se sale airoso de esa prueba, si uno no piensa en que nada le queda ya por aprender, si uno no se empeña en caminar continuamente de puntillas o en auparse a costa de los otros para sobresalir.  La calificación será sin duda buena, quizá algo menos brillante de lo que en un momento se haya podido soñar, si se trabaja con sencillez y con denuedo, como egresado leal e idóneo, que está bien dispuesto a colaborar con los demás, con ánimo de prestar siempre su mejor servicio.

Ante un futuro ya inmediato, son sin duda importantes las cualidades personales que cada uno ha recibido, así como el grado de preparación profesional conseguida y la voluntad de no cejar en acrecentarla.  Pero resulta asimismo decisivo, para uno mismo y para la propia sociedad, saber guiarse por ese conjunto de valores trascendentes y fundamentales que deben dar sentido a todo el vivir humano, que son imprescindibles si de verdad se quiere una sociedad más justamente ordenada, que esté libre de egoísmos, de actividades hostiles, de amargas indiferencias, en la que la vida sea más grata y más amable, en la que atienda debidamente al cultivo del espíritu.

A decir verdad, son estos últimos aspectos que tanto afectan al porvenir del hombre y la mujer profesional y a su misma felicidad, los que gravan más intensamente la responsabilidad en cualquier labor educativa.  La Universidad antioqueña ha querido siempre saber sembrar en las mentes y en los corazones de quienes ya la dejan, un poso de actitud ante la vida que me atrevería a resumir en cuatro amores: A la verdad, a la justicia, a la libertad y a la ética.

  • Amor a la verdad, a la verdad sobrenatural que la fe hace resplandecer y a toda verdad humana. Amor que espolea a la inteligencia para ir en busca de la verdad, hasta que se consigue descubrir y penetrar; que mueve a enseñarla fielmente, que obliga a defenderla, que impide traicionarla.  Amor a la verdad, de manera que nos acostumbremos siempre a buscar, a decir la verdad, y se establezca así entre los hombres y mujeres un clima de comprensión y de concordia, de caridad y de luz, por todos los caminos de la patria.

 Amor a la justicia, que viene a ser consecuencia de la fidelidad a la verdad. Amor que compromete a procurar honradamente que las obras sean coherentes con la verdad que posee la mente; que conduce a ver a los demás y a otros como seres respetables, hombres y mujeres dignos cuyos derechos no pueden ser defraudados, merecedores de respeto y afecto, pero sobre todo como hijos de Dios.

 Si no se abandona el egoísmo, si no se vive en la justicia y en la fraternidad humana y científica, si no se quiere servir, será imposible el mutuo entendimiento y no habrá paz verdadera ni entre los individuos ni entre los pueblos.

  • Amor, muy grande a la libertad. Libertad para buscar la verdad, para vivir conforme a sus dictados, para enseñar esa verdad sin cortapisas.  Libertad para que las nobles iniciativas individuales y sociales de servicio a los hombres y mujeres sean respetadas y aun estimadas.  Amor a la libertad que es defensa de los derechos inalienables del ser humano, para uno mismo y para los demás, que implica saber respetar a todos en sus libres opiniones y en sus legítimas actividades profesionales para la cual se han declarado idóneos.
  • Finalmente, amor a la ética, sin ella se pierde la eminencia del valor humano y se presagia el desprestigio profesional de nuestros egresados y, lo peor, se labran su propia desgracia, al perder confianza y credibilidad ante toda la sociedad y se transforman en pésimos referentes sociales, en detrimento de su propia reputación profesional y de la Universidad que los graduó. La Universidad podrá sentirse orgullosa de la labor ética de sus egresados y de haber contribuido a hacer realidad aquellas palabras inolvidables de nuestros mejores maestros:

“La Universidad no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los seres humanos.  No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas.  Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa”.

Estoy seguro, que esta es una forma positiva de la Universidad antioqueña para contribuir con su labor universal, para quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres y mujeres, a aligerar el miedo ante un futuro incierto, a promover, con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad, la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de la nación entera.  ¡En hora buena!

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                             Medellín, noviembre 29 de 2020