Bien decía Sócrates: Si el bien es aquello que nos hace felices, el bien común es aquello que nos hace felices a nosotros mismos y procura la felicidad para los demás.  Y es precisamente nuestra felicidad lo único que hace posible que obremos de esta manera para aprender a vivir juntos.

 POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Nos han enseñado a ir en direcciones que la naturaleza no pretendía que tomáramos.  No nos estamos moviendo en la dirección de nuestro potencial humano.  Por el contrario, la mayoría de nosotros hemos sido adoctrinados para llegar a ser alguien.  Sin darnos cuenta, empezamos a pensar y a comportarnos como otros nos han dicho que tenemos que hacerlo.  Ya desde niños vamos siendo contaminados por diferentes venenos, como la ambición, la codicia, la fama, el éxito, el reconocimiento, la responsabilidad, el prestigio, el poder, la riqueza material… Nos condicionan para perseguir la felicidad justamente en aquellos lugares donde no se encuentra.

Mientras, la gente se oculta tras una máscara y procura mantener la distancia adecuada para que nadie sepa la incómoda verdad que se esconde en la profundidad.  Como no somos lo que estábamos destinados a ser, seguimos mirando hacia afuera, donde jamás tendremos bastante de lo que en realidad no necesitamos para ser felices.  Aun así, la lógica nos dice que nuestro vacío se debe a que quizás no tenemos lo suficiente; hemos de ser más.  Sin embargo, la distancia entre lo que tenemos y lo que nos gustaría tener se mantienes siempre constante.  Debido a nuestra insatisfacción crónica, lo único que no cambia es nuestro deseo de ser más y tener más.

Irónicamente, el mundo tiene suficiente para saciar las necesidades de todos, pero jamás tendrá lo necesario para colmar el deseo de nadie.  Al matar una necesidad, muere una parte de nosotros.  Pero al matar un deseo, una parte de nosotros es un poco más libre.  No se trata de renunciar a la codicia y a la avaricia.  Se trata simplemente de comprenderlas.  De ver la ignorancia sobre la que se asientan.  No nos llevan a ningún lugar satisfactorio.  Desde un punto de vista emocional, quien no encuentra la riqueza en su interior termina relacionándose con los demás y con la vida como un mendigo.

A nadie le gusta vivir siendo otra persona.  Por eso en general sentimos que nos falta algo.  Cuanto mayor es la desconexión con nuestro ser, mayor es nuestro vacío existencial.  Y cuanto mayor es éste, mayor es nuestra adicción por gastar, comprar, tener, poseer y acumular.  Este comportamiento económico es un claro síntoma de que hemos perdido el contacto con nuestra riqueza y abundancia interiores.  Por eso nos pasamos todo el día haciendo cosas.  Algunos vamos tan estresados que ni siquiera tenemos un minuto para nosotros mismos.

Llegados a este punto, cabe insistir en que no importa cuán profundo sea nuestra tozudez.  Jamás encontraremos la plenitud afuera.  Esencialmente porque consiste en estar llenos por nosotros mismos.  Ya somos ricos, sólo que todavía no lo sabemos.  Y esta es la causa de nuestra permanente sensación de pobreza.  Para vivir una vida plena, necesitamos ponerle conciencia.  Saber quiénes somos y para qué estamos aquí.  Es el pequeño gran secreto de la vida.  De pronto ya no tenemos un vacío que llenar.  Más bien nos sentimos rebosantes.  Y es precisamente esta sensación de abundancia la que nos mueve a entrar en la vida de los demás con vocación de servicio.

Paradójicamente, lo que favorece y hace perdurar nuestro bien-estar no es lo que conseguimos ni poseemos sino lo que ofrecemos y entregamos a los demás.  La felicidad y la plenitud no son meras palabras.  Son estados de abundancia y prosperidad que podemos experimentar cuando vivimos conectados con lo que verdaderamente somos.  El auténtico Banco Central está en nuestro interior.  La sabiduría consiste en saber abrir una cuenta.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                 Medellín, enero 20 de 2024