Por: Balmore González Mira

En la vida republicana Colombia ha pasado por varias Constituciones, unas de estirpe federalista y otras como la de 1886 más centralista, esta tuvo varias reformas que tal vez no consultaron la verdadera necesidad que el país estaba reclamando. Producto de varias frustraciones acumuladas nace la Constituyente de 1991 que si bien corrige en el texto varias de las deficiencias de la Constitución que nos rigió durante 105 años, hoy, 33 años después, no ha sido desarrollada en su integridad por los 8 periodos presidenciales que le han sucedido, a tal punto que el centralismo actual asfixia a los entes territoriales y los municipios pequeños, que son la inmensa mayoría, reciben todos los días más competencias y menos transferencias de recursos, y no menor ocurre con los departamentos, como el de Antioquia que transfiere al gobierno nacional 30 billones de pesos y solo retornan del centralismo capital, escasos 6 billones.

Inicialmente muchos colombianos pensaron que con la constituyente propuesta en los últimos días era la oportunidad para derrotar al actual gobierno nacional y así de una vez dejar claro su fracaso y falta de ejecutorias, pero el riesgo inminente radica en la desaprobación por parte del actual presidente de la República del sistema electoral que lo certificó ganador en las elecciones de 2022. Riesgo porque ante el incendiario discurso y la derrota cantada en las urnas que obtendría la Constituyente, las calles volverían a ser la excusa de las marchas del caos y de la destrucción, no solo de la infraestructura, sino de la democracia, a través de la anarquía patrocinada desde la “institucionalidad”.

Venezuela es el espejo más grande que tenemos los connacionales para saber que el camino que recorrieron los vecinos es el que ahora se planifica desde la casa de Nariño. Y obviamente el mal ejemplo cunde. En nuestra retina también está el recuerdo de lo que pasó con el plebiscito de 2016 donde el NO ganó en las urnas pero fue derrotado en el tramposo escritorio de los santos demonios que tanto dolor y frustración le han causado a los colombianos y especialmente a las víctimas que han sido revictimizadas en un proceso de paz que solo ha beneficiado a los victimarios de manera notoria y real.  

Por estas y algunas consideraciones más, la Constituyente no puede ser el deseo de un solo personaje que solo busca favorecerse él, porque se convierte en una destrucción de las instituciones, de la democracia, de la justicia, de la separación de poderes, de la historia Republicana y democrática mantenida en pie por dos siglos de existencia. Una Constituyente obedece a la necesidad plena de un país que como en 1991 requería de la modernización y allí confluyó completamente la sociedad colombiana, la civil y la política, incluidos los recién reinsertados del M-19.

Constituyente es construir, es constituir y edificar lo mejor, pero así como está hoy planteada es la destruyente, la que viene a sembrar el caos y la anarquía total, para llevar al pueblo a morir sobre sus propias cenizas como le ocurrió a nuestros hermanos y vecinos venezolanos.

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