Por MARGARITA MARIA PÉREZ

Tarde de laurel

En esa tarde de laurel,

nos encontramos con la tristeza,

la partida inesperada de aquel

que nos llenaba de fortaleza.

Caminamos juntos,

sin saber lo que nos depararía,

ajenos al destino, sin ningún desvío,

pero el dolor se avecinaba en esa vía.

Al llegar a casa, acaricié a mi perro,

le hablé con tristeza en mi voz,

pues presentí que era un adiós postrero,

quizás el último encuentro veloz.

Pero al cabo de cinco días,

en medio de bulliciosas odas,

Solín y yo nos topamos con un cartel,

en su puerta, un mensaje en letras acomodas.

Allí estaba escrito su nombre completo,

anunciando su regreso al hogar original,

en el eterno retorno,

donde el escritor espera nuestro abrazo celestial.

Él nos creó como partículas del cosmos,

para contemplar su misión cumplida,

sin conmoción alguna, sin asombros,

en el infinito donde habita su vida.

Así, en esa tarde de laurel,

nos encontramos con la partida y el regreso,

pero la presencia del escritor es fiel,

y su espíritu nos abraza en cada verso.

Mar en soledad

En el océano profundo y vasto, donde la soledad se vuelve abrazo, se encuentra una conexión secreta, una unión que emerge con gran discreta.

En medio de esa inmensidad, donde la armonía es su realidad, los hombres se acercan con admiración, ante la incertidumbre de su propia nación.

La vida planetaria, en su fragilidad, se encuentra en el mar su tranquilidad, y aquellos hombres que la aclaman, buscan en sus aguas un sentido y una llama.

En cada ola y cada movimiento, encuentran refugio y alivio en su sufrimiento, pues el mar, con su elegancia inigualable, les muestra un camino en medio de lo inestable.

Así, en ese abrazo solitario, encuentran unidad, esperanza y necesidad, frente a todas las incertidumbres del mundo, se sumergen en el mar profundo.

En sus aguas, encuentran respuestas, a las preguntas más grandes y honestas, y siguen adelante con valentía, conscientes de su conexión y su armonía.

Reflexión y acción

Bajo el  solsticio de verano jugamos al ser uno, bajo la agitación de mi yo, donde somos palabra viva.

Ante cada ser que se cobra, con ansias de acabar con el orbe, derramando suciedad al son de cada paso constante.

Pero recordemos que el mundo, es un lugar de hermosura, donde cada acto cuenta, y nuestra responsabilidad es pura.

Caminemos con conciencia, preservando la naturaleza, cuidando cada sitio que tocamos, con respeto y delicadeza.