poesía
GREGORIO GUTIÉRREZ GONZÁLEZ. La Ceja del Tambo, finca El Puesto, mayo 9 de 1826 – Medellín, julio 6 de 1872. Poeta, político y abogado. En 1847 obtuvo el grado de doctor y el título de abogado en la Suprema Corte de la Nación. Dentro de la carrera judicial desempeñó importantes cargos: fue magistrado del tribunal en Medellín y en varias ocasiones ocupó una curul en la Cámara de Representantes por el Estado de Antioquia. Sus poesías han sido traducidas a varios idiomas. Su poema más conocido es Memoria sobre el cultivo del Maíz en Antioquia, publicado en 1860. La obra de Gregorio Gutiérrez González es un canto a la naturaleza antioqueña, a sus montañas, a la cultura y sus costumbres de Antioquia.
AURES
De peñón en peñón, turbias, saltando
Las aguas de Aures descender se ven;
La roca de granito socavada
Con sus bombas haciendo estremecer.
Los helechos y juncos de su orilla
Temblorosos, condensan el vapor;
Y en sus columpios trémulas vacilan
Las gotas de agua que abrillanta el sol.
Se ve colgando en sus abismos hondos,
Entretejido, el verde carrizal,
Como de un cofre en el oscuro fondo
Los hilos enredados de un collar.
Sus arqueadas cintas de esmeralda1
Forman grutas do no penetra el sol,
Como el toldo de mimbres y de palmas
Que Lucina tejió para Endimión.
Reclinado a su sombra, cuántas veces
Vi mi casa a lo lejos blanquear,
Paloma oculta entre el ramaje verde,
Oveja solitaria en el gramal.
Del techo bronceado se elevaba
El humo tenue en espiral azul…
La dicha que forjaba entonce el alma
Fresca la guarda la memoria aún.
Allí a la sombra de esos verdes bosques
Correr los años de mi infancia vi;
Los poblé de ilusiones cuando joven,
Y cerca de ellos aspiré a morir.
Soñé que allí mis hijos y mi Julia…
¡Basta! las penas tienen su pudor,
Y nombres hay que nunca se pronuncian
Sin que tiemble con lágrimas la voz.
Hoy también de ese techo se levanta
Blanco, azulado, el humo del hogar:
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,
Ya es ajena la casa paternal.
La miro cual proscrito que se aleja
Ve de la tarde a la rosada luz,
La amarilla vereda que serpea
De su montaña en el lejano azul.
Son un prisma las lágrimas que prestan
Al pasado su mágico color;
Al través de la lluvia son más bellas
Esas colinas que ilumina el sol.
Infancia, juventud, tiempos tranquilos,
Visiones de placer, sueños de amor,
Heredad de mis padres, hondo río,
Casita blanca… y esperanza, ¡adiós!
MEDELLÍN DESDE EL ALTO DE SANTA ELENA
I
Allí está Medellín, la hermosa villa,
Muellemente tendida en la llanura,
Cual una amante, tímida hermosura
Reclinada en el tálamo nupcial.
Allí está Medellín: su sol ardiente
La hace ostentar su gala y sus primores,
Y la da los fantásticos colores
Del magnífico Edén del oriental.
Ciñe su talle esbelto su ancho río
Cual cinturón de perlas y de plata,
Y en su onda limpia la beldad retrata
Y allí su imagen sonreída ve.
Murmura el río enamoradas voces,
Para adormir a su coqueta reina,
Y ella en sus aguas sus cabellos peina
Y moja en ellas el desnudo pie.
Cual reina joven del pomposo valle
Que de su trono en derredor se extiende,
Cuanto su vista en la extensión comprende
Domina con su vista en la extensión.
Los ojos gozan y los labios callan
Al aspecto de tánta maravilla,
Y el caminante al contemplar la villa,
Le tributa su ardiente admiración.
II
Mirad a Medellín, cuál reverbera
Con los rayos del sol en el cénit;
Cual mirada al través de una ancha hoguera,
Partículas de luz hierven allí.
Es el hermoso, trémulo paisaje
Que tiembla al beso de su ardiente sol,
Levemente encubierto en el celaje
Que en la llanura levantó el vapor.
Así se miran al través del sueño
Mundos de claridad, campos de luz,
Cuando de amor el porvenir risueño
Fascina la fogosa juventud.
III
Quédate, adiós, ¡oh Medellín! Tus galas,
Tu cielo azul, tu mágico paisaje,
El tiempo nunca destructor ultraje,
Ni el hombre insulte, ni entristezca el mal.
Siempre te hallen mis amigos ojos
Muellemente tendida en la llanura,
Cual una amante, tímida hermosura
Reclinada en el tálamo nupcial.