“Será imposible alcanzar la paz, sino se acuerda o congenia mutua y solidariamente, la manera de respetar integralmente los derechos de todos los colombianos”

Por: Héctor Jaime Guerra León*

En una sociedad tan diversa y convulsionada como la nuestra, no es posible pensar que una asunto tan delicado y multifactorial como la paz, pueda lograrse, como en efecto se ha intentado siempre, por medio de la fuerza como un asunto de orden público o de mera convivencia ciudadana, cuando son éstas solo algunas de las consecuencias de las muchas causas que genera la conflictiva situación social y política que en materia de convivencia ha vivido el país desde tiempos inmemoriales.

Por eso es que el solo ponernos de acuerdo sobre el por qué y el cómo resolver nuestro conflicto, es ya de por sí (hasta hoy) algo muy difícil y, en honor a la verdad, imposible, dadas precisamente la gran cantidad de intereses y de variables que se imponen, a la hora de emprender las acciones que conduzcan a la solución real y concreta de los problemas y falencias que cada día son de mayor complejidad y malignidad. Ello, precisamente, por falta de la suficiente grandeza moral y política que se requiere entre los colombianos, para ponernos de acuerdo siquiera inicialmente sobre lo fundamental, como decía, con toda razón, el inmolado dirigente Álvaro Gómez Hurtado, una más de todas las lamentables víctimas de este cruel e inhumano conflicto.

Será imposible alcanzar la paz, sino se acuerda o congenia -mutua y solidariamente- la manera de respetar integralmente los derechos de todos los colombianos; así se ha reconocido inclusive desde los hechos y épocas que han originado y arreciado más dramáticamente el conflicto colombiano; tal como lo dijera en sus grandes faenas y memorables esfuerzos por instaurar en el país un sistema más amigable con el individuo, la sociedad y la democracia, Jorge Eliecer Gaitán, quien, dicho sea de paso, acaba de cumplir 73 años de haber sido víctima de la insensatez e intolerancia social y política que aún nos agobia, “Nada más cruel e inhumano que una guerra. Nada más deseable que la paz. Pero la paz tiene sus causas, es un efecto. El efecto del respeto a los mutuos derechos” (https://citas.in/autores/jorge-eliecer-gaitan/).

A pesar de que en Colombia ya se han realizado varios pactos o acuerdos sobre los temas, formas y procedimientos que la sociedad y el Estado, no solo los firmantes o implicados en el conflicto, deben poner en práctica para intentar la paz, no ha sido suficiente y ésta se ha hecho cada vez más efímera e inalcanzable; pues pareciera que lo único que han hecho dichos intentos, haya sido los de ahondar las brechas de incomprensión y de intolerancia que -no obstante ello, subsisten en el gran inconsciente colectivo de una nación que -habiendo firmado la paz, se niega a asumir con la debida responsabilidad las aptitudes y actitudes que se han acordado emprender para poder iniciar el verdadero camino de cambio y de trasformación social y política que es indispensable transitar, para la materialización efectiva y real de lo acordado.

Hasta que realmente no entendamos que la paz no es solo el papel o formalismo documentado en las dispendiosas formas (papeleos) que nos hemos inventado para aparentar que queremos efectivamente vivir en armonía, no habrá la tan anhelada paz estable y duradera, por la que tanto hemos luchado y que –al parecer- no queremos llevar hasta más allá de los grandilocuentes y demagógicos anuncios y eventos noticiosos y los inimaginables costos sociales y exagerados gastos que al erario público le han generado estas “buenas intenciones”; todo ello bajo el “noble argumento” de que queremos salir del inmenso mar de dificultades sociales y del enorme desastre económico, social y moral al que nos han llevado todos estos años de promesas, equivocaciones y malos procedimientos, que aunque de buena fe, para nada han servicio frente al propósito de recuperar la armonía social y política perdidas.

Los acuerdos, cualquiera que ellos sean, deben contar con la férrea y decidida voluntad de los involucrados, que en este caso somos todos nosotros los colombianos, que unidos en ese solido propósito, sin mezquindad alguna y alejados de todo tipo de resentimientos y exclusivismos, de una manera integral e incluyente, marchemos todos hacia la conquista y recuperación de los objetivos y valores que hemos dejado perder; para poder así allanar juntos los caminos de transformación que queremos, poniendo en práctica los proyectos y mecanismos de política pública e inversión social que permitan materializar de una vez por todas, las grandes oportunidades que se tienen para iniciar los cambios necesarios en el marco de un Estado Social que, por lo menos en el papel, en los formalismos, nos brinda tantos derechos y tantas garantías para hacer algún día posible el esquivo y noble sueño de que por lo menos nuestras próximas generaciones vivan en paz y en armonía, reconciliando los añejos odios y polarizaciones que nos han agobiado hasta el momento de manera irremediable.

Ello sería posible solo si en el corazón de todos y cada uno de nosotros naciera la luz de la esperanza que todos decimos (alegamos) tener, pero que muchos aún no han querido encender. Solo así, y únicamente así, podrá algún día reinar la paz en nuestro país y eso es lo que infortunadamente todavía no está bien claro.

*Abogado Defesaría del Pueblo Regional Antioquia. Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Social; en  Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.