Por: Balmore González Mira

Desde que el ser humano nace e incluso desde antes,  se le conoce como un individuo que protesta,  que se manifiesta ante los diferentes hechos del mismo hombre o la naturaleza. El primer grito de manifestación o protesta lo podemos asociar al pataleo que las madres identifican en el vientre del que está por nacer y ni qué decir del llanto del recién nacido para exigir su primer derecho a la leche materna o para ser protegido del frío.

No podemos rechazar las manifestaciones por el hecho de serlo. Recuerdo que hace más de dos décadas estuvimos haciendo manifestaciones por las calles de Medellín y las diferentes ciudades del país contra el secuestro y las demás barbaridades de la guerrilla, sin hacer un solo daño a la ciudad, marchábamos en sumas de cientos de miles, contra quienes hoy promueven el vandalismo de las manifestaciones que acaban con numerosas vidas por la pérdida de una vida. Paradójico.

De los 167.000 policías que hoy tiene Colombia, entre buenos la mayoría, regulares y malos como en todo,  uno o dos o cien cometen injusticias,  la embarran, como dicen los muchachos, asesinando a un ciudadano, y los “amigos de la paz”, los defensores de los acuerdos de paz,  incitan a los violentos a destruir ciudades, infraestructura, sistemas de transporte y  a asesinar a 11 o más civiles para protestar por la infame muerte de aquel primero. Matan el pollito aliviado para hacerle caldo al enfermo. Paradójico.

De los miles de docentes que hay en el país, unos pocos violan alumnos apenas comenzando a vivir,  literalmente les matan sus ilusiones, le acaban la vida, cometen injusticias irreparables y solo unos pocos ciudadanos salen a protestar, obviamente sin desbaratar el país. Y ello no es motivo para sacrificar a los más de 200.000 profesores que hay en Colombia. Los maestros son la esencia de la cultura ciudadana y no pueden ser quienes abonan el terreno para la incultura en las manifestaciones. Paradójico.

De los mal contados 280 Congresistas de Colombia solo una minoría no son dignos de ocupar esos cargos, sus sueldos son injustos, incluidos los de los que incitan a la manifestación destructiva; otros a pesar de sus abultados sueldos son corruptos y nadie protesta contra ellos. Condenar a todos sería injusto. Los Congresistas que más rabo de paja y pasado criminal tienen, son los más irresponsables en su lenguaje. Paradójico.

De los poco más de 100 magistrados de altas cortes en Colombia, los que administran la justicia del país, hemos conocido el cartel de la toga, los negociados y las decisiones y sentencias cargadas de injusticias. No todos son malos. Contra ellos el país sale a protestar, sin desbaratar su infraestructura, como en el evento histórico aquel dónde un delincuente creyó injusto que se le condenara y posiblemente extraditara y contrató una banda de malhechores para destruir el palacio de justicia. No. Hoy se protesta y de manifiesta con escritos, con discursos y no con dinamita. Paradójico, por decir lo menos,  que hoy pidamos que la justicia como el ave fénix renazca y pueda ir de la sima a la cima para que recupere su honorabilidad.

Indudablemente la policía, la educación, el congreso y la justicia requieren todos de una restructuración profunda antes de que esto se desmorone, porque como vamos, cuando la justicia vuelva al sótano donde cayó, como soporte de la democracia, ya no habrá ante quien protestar, ante quien clamar justicia ni ante quien pedir o quien haga estas profundas transformaciones que el país reclama. Qué quienes hoy reclamen justicia hayan sido los más violadores y sean los más violentos en su lenguaje es por lo menos paradójico.