Por Iván de J. Guzmán López – Ivanguzman790@gmail.com

Alguna vez, Ernesto Sábato escribió que “la verdad de una nación debe ser buscada en las novelas, no en la historia”. (A propósito, Carlos Marx, contemporáneo de Victor Hugo, expresó en alguna oportunidad: “aprendí más historia de Francia leyendo a Hugo que a los Enciclopedistas franceses). Y estoy de acuerdo con Sábato, aunque en mi Academia Antioqueña de Historia, llena de maestros y de colegas extraordinarios, me lo demanden. Lo cierto es que mi primer amor es la literatura; la historia, es para mí una suerte de amante alcahueta y amorosa. Pero, a estos amores, debo agregar un cariño especial por la crónica, todas ellas hechas de sensibilidad, cosas sencillas, elementales, cosas triviales (si se quiere), pero llenas de dolor, de ternura, de sudor humano, de esencia elemental y pura.

Mi amistad con algunos argentinos residenciados en la ciudad (y en Buenos Aires), me lleva a querer cada día más a una república como la Argentina, con tanta historia, tanta fuerza, tanto coraje, tanta cultura, tanta clase media que lleva al país a hombros, tanta literatura y tanto fútbol. (Eso sí, espero que Colombia gane el próximo partido de la Copa América, con toda la comprensión y el cariño de Lionel Messi y los suyos, por los nuestros).

Así pues, hoy no voy a pararle bolas al clásico “quedate piola en el molde” de los argentinos, y me voy a referir a una fecha especial, que hace justicia a un gremio que siempre llevo en el corazón: al gremio médico. Hoy, 4 de julio, como dato histórico (o anecdótico, para nosotros), en toda la República Argentina se celebra el Día del Médico Rural, en honor a Esteban Laureano Maradona, nacido en Esperanza, el 4 de julio de 1895, y fallecido en Rosario, el 14 de enero de 1995). El doctor Maradona (no sé si tenga algún nexo con el Diego), fue un médico rural, naturalista, escritor y filántropo argentino, famoso por su modestia y abnegación, que pasó cincuenta años ejerciendo la medicina en Estanislao del Campo, una remota localidad en la provincia de Formosa. Dice la Enciclopedia (no la francesa, sino la Wikipedia), que “su vida fue un ejemplo de altruismo. Colaboró con las comunidades indígenas en varios aspectos: económico, cultural, humano y social. Además, realizó grandes aportes al conocimiento de las colectividades del noreste argentino, estudió sus costumbres e incorporó a sus conocimientos los de la medicina tradicional aborigen. En su honor, Argentina ha declarado por Ley 25 448 el 4 de julio, día de su nacimiento, como Día Nacional del Médico Rural. Es autor de obras científicas sobre antropología, flora y fauna. Renunció a todo tipo de honorarios y premios materiales, viviendo en la humildad y colaborando con su dinero y tiempo con los más menesterosos, a pesar de que pudo haber tenido una cómoda vida ciudadana, gracias a sus estudios y a la alta clase social a la que pertenecía”.

Un par de frases, dichas por él, sintetizan su pensamiento sobre su ser, su profesión y modo de vida:

“Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes”.

Dice, la segunda: “Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado”.

Y continúa, la Enciclopedia: “Viajando ya por lo que en aquel entonces se conocía como Territorio Nacional de Formosa, el tren que lo transportaba realizó una parada en la estación Estanislao del Campo —en aquel entonces denominada Guaycurri—. Este era un villorrio formado por unos pocos ranchos sin ningún tipo de servicio de luz, agua corriente o gas, inmerso en el monte chaqueño. Una persona del lugar le pidió sus auxilios como médico para una parturienta que se encontraba en estado muy grave. Después de prestarle exitosamente atención y regresar a tomar el tren se encontró con un grupo de vecinos sin recursos que le rogaron para que no se fuera dado que no había ningún médico disponible varios kilómetros a la redonda. Maradona no lo dudó y se quedó, a pesar de que esto le hizo no solo perder su viaje sino también un trabajo seguro en Buenos Aires. Más aún, trabajaría allí por 51 años, viviendo siempre en una humilde vivienda de ladrillo, sin electricidad ni ningún otro tipo de servicio y prestando ayuda sin cobrar un peso a la comunidad indígena del lugar, formada por tobas, matacos, mocovíes y pilagás. Medio siglo después comentaría su arribo a Estanislao con estas palabras:

Cuando yo llegué empezaron los problemas. Todo esto era monte, solo había cuatro o cinco ranchos y estaba todo rodeado de indios, que por otra parte me querían matar. Tanto que uno de ellos, que era famoso, me agarró de las solapas y me sacudió, amenazándome. Pero nunca les tuve miedo ni me demostré asustado. Y no por dármelas de valiente. Sino que soy así nomás. Pero con la palabra dulce y la práctica de la medicina, tratando las enfermedades, dándoles tabaco y consiguiéndoles ropas, las cosas fueron cambiando. Así los traté hasta hoy. Me remangué, me metí en el monte sin ningún temor, arriesgando mi vida y también mi salud”.

Historias como estas, crónicas humanas y deliciosa llenas del sustrato de esta, las podemos encontrar en los libros y novelas de mis admirados don Manuel Uribe Ángel y Jorge Franco Vélez, por citar sólo a un par de envigadeños ilustres, pero prometo que andando el tiempo, desenterraremos estos tesoros, porque si algún gremio está lleno de altruismo, amor por la vida y aguante (como decimos en Antioquia), es nuestro gremio médico.

Sin duda, este Maradona (Esteban Laureano), le metió goles maravillosos a la sociedad del consumo, al posmodernismo y al afán de riqueza; y usted, amable lector, no los había disfrutado, ni admirado.