CUENTO

 Por MARGARITA MARIA PEREZ PUERTA

 Soy un caballero con mi capucha y voy como una sombra, eso dicen por ahí… deambulando por las calles de esta ciudad como un loco mal llamado desechable para la buena gente opinando que hablo solo, delirando cuentos de ciencia ficción, y algunos más ingenuos me llaman el místico de la capucha que se cree un enviado, y dicen que todo es un invento de mi cabeza, pero yo les juro que es verdadero como estas páginas, y recuerdo como si fuera ayer…. Las buenas gentes se asustan con mis gritos incoherentes, ellos no entienden, pobres mortales imbéciles con una visión muy limitada… Se asustan con mis ojos volados porque aspiro un líquido que me da fuerza para aguantar el bullicio de una ciudad sin escrúpulos donde habitan supuestos cuerdos hasta que un día cualquiera una voz tierna, eso me pareció, me llegó a estos oídos desorbitados… “Ven a bañarte para estar saludable y cómodo en el universo que habitamos.” Me asombré por esas palabras para luego descubrir esa presencia femenina en esta existencia nada normal… la única que no gritaba improperios, y acepté esas manos suaves, porque, aunque no sabía, experimentaba una nueva experiencia, y para decirle al mundo que se debe creer sin duda alguna, porque todo es posible, hasta bañarme en un líquido inodoro, incoloro… el agua… ese líquido apreciado para cualquier individuo…. Pero qué digo…. Nací como cualquier criatura en un hospital y hallado en un  basurero, rescatado y abandonado por un reciclador que no se quería encartar para no meterse en líos, y el tiempo pasaba, me cuidaba un animal de cuatro patas, o sea… era un perro callejero, como parecido a un pastor alemán, que me acogió como su hijo, alimentándome con cada sobra que recogía, ya que la buena gente le daba leche en una plato, y este amigo fiel me señalaba y posaba sus patas delanteras sobre las piernas del buen samaritano para que me dieran a mí también, o para que me llevaran con ellos y me alimentaran en sus casas, eso pensaba yo que mi Ángel les decía, porque en mi ignorancia también empezaba a saber y a darme cuenta…

Así fue como crecí entre animales y algunos humanos que ayudaban al perro  que llevaba al cuello un collar donde decía ÁNGEL, según me lo dijo un joven que se acercó para acariciar al ánima y vio que decía ese nombre, y el tiempo avanzaba y mi ser social se convertía en un adulto alimentado por sobras depositadas entre la basura regada que inundaba esta ciudad de asfalto y me internaba al margen de esa vida citadina de calles con automotores, durmiendo sumergido entre la hierba rodeado de criaturas que habitaban en ese bosque entre arboles cerca de algún lago, mojando mis pies agrietados y sucios, y desde mi nacimiento hasta nuestros días he sido una criatura bípeda sin nombre, o tal vez podría tener alguno por este medallón, en el que se logra ver unas figuras muy bonitas, doce letras que forman una palabra, me lo dijo alguien que me regaló un café, porque ese personaje sabe leer, entonces me dijo ese nombre de esta manera con una sonrisa: “Tu nombre es ALBERTO”… O sea, es mi nombre parece…. A este Alberto lo enviaron al abismo de toda locura que aprendemos cuando no recibimos una atención para no morir en su propio laberinto que lo llevaba a hablar incoherencias por ese líquido acuoso amarillo, que la buena gente rechaza porque no entienden las diferencias, y ahí  he  vivido, en ese mundo ruidoso y sucio donde mi vida ante los demás es la de un loco; pobrecitos, ignoran la verdad.…

La verdad de esa dama que apareció ante mí como un ángel para no dejarme morir, pues ya el perro había muerto de viejo hacía unos años, y esa lumbre desde una mirada tranquila me decía que dejara de inhalar esa pega que solo enloquece, por eso desperté en aquel rincón de una casa silenciosa, y yo, sudando… buscaba la lumbre, pero se había desvanecido, ya no había tal luz, solo era una visión de una mente desorientada, y ese oro puro para abandonar esa vida desechable, y aprender a vivir en este tiempo entre la buena gente como toda criatura saludable amando su mundo a través de ese sueño, la dama me observaba con lágrimas, sí, era una dama con muchas arrugas en su rostro, lo que se dice una anciana muy venerable… De edades no me pregunten, ni la de ella ni la mía ni de la tierra, solo veía… ¡Veo que llega! Trae un plato con algo para comer, un vaso con un jugo que brotaba un buen aroma para que calmara hambre, sed y me alimentara como a un ser humano correcto, después de bañarme… La primera vez que me bañaba en una poceta rectangular que la gente llama tina, o algo así por el estilo… Un baño entre mucha espuma y agradable olores me cubre, ¡ay, qué rico! Me sumerjo en un río blanco, y espumoso, luego me visto con unas prendas parecidas a las que veía en algunos caballeros llamados ejecutivos, y besé a la anciana agradecido por esa nueva experiencia, parecía una locura, yo vestido como todo un señor, ¡oh qué cosas! La dama miró en el pecho donde relucía algo, se lo entregué, y ella como sabía leer… ella sabe leer… se dio cuenta de dos palabras dibujadas ahí… el señor del café solo había pronunciado “ALBERTO”, pero ella se ve que es de otra clase más superior, por eso lee con buen tono dos nombres muy interesantes: “ALBERTO NOVOA”. Sonidos agradables a mis oídos limpios, y frente a mis ojos presencié el asombro de la señora, pero no dijo nada más, solo me abrazó y me contó una historia muy difícil de creer, pero es la verdad. Al parecer, según ella, ese nombre era el del papá de su hijo, y el del medallón que dejó en ese bebé entregado a una enfermera que jamás volvió a ver, entonces ese niño, digamos, salió de su vientre, pero no era posible cuidarlo por estar rechazada por el tal Alberto Nover, o no sé, no recuerdo la otra palabra, pero que era muy guapo y elegante, y que la dejó embarazada, o sea con el vientre inflado. Ella lo entregó a alguien que no recuerda quien… Con ese medallón muy antiguo, recuerdos de familia, me acreditaba como heredero con ese nombre y apellido alrededor del cuello ahora limpio, y con su voz de anciana venerable repetía que yo era el dueño de esta casa, pero yo solo miraba sin comprender nada, yo, un pobre diablo, un don nadie ignorante que no sé leer lo escrito en esta moneda dorada, y hoy, en este viejo sillón de mi supuesta mansión, la dama en cuestión con voz temblorosa decía:

– ¡Hijo, te amo! – y se quedó dormida en mi regazo, luego entraron unas personas, y se la llevaron al hospital de donde no volvió a salir, o no sé porque… pero ya sería otra historia de alguien diferente porque yo al ser olvidado por los que ayudaron a la dama, después de unos minutos, horas, días, no sé, ciertamente me fui de ahí, y ahora estoy durmiendo sobre la hierba cerca de un río como un hijo natural y abrazado por mi nueva amiga, una perra que la llamo: “¡Negra!”