Por Iván de J. Guzmán López

Ayer, 3 de diciembre de 2022, la querida tierra de Sopetrán sirvió de sede para el Tercer Encuentro de Aspectos Históricos del Occidente Antioqueño. Para fácil referencia de nuestros lectores, allende las fronteras paisas, recordemos que Sopetrán es la tierra de nuestro insigne ingeniero José María Villa Villa; del inmenso poeta Carlos Mazo Argüelles, del cantor del Atrato; del gran educador padre Francisco Medina Pérez, en su paso glorioso por el histórico Liceo José María Villa; el innovador más exitoso del Futbol Colombiano, del médico Gabriel Ochoa Uribe; y del tristemente célebre Carlos Gaviria Díaz, a quien le debemos la pérdida de miles de vidas de jóvenes colombianos, que entraron a la drogadicción y al consumo de alucinógenos mediante la legalización de la “dosis mínima”, su famosa y progresista “contribución” a Colombia, que también nos elevó de la condición de mayores productores en el mundo, a país de consumidor, cuando, el citado difunto magistrado Gaviria Díaz, hizo de ponente en 1994 de un fallo en el que se tumbaron las normas que imponían multa y reclusión obligatoria en centro psiquiátrico a cualquier colombiano que llevara, tuviera o consumiera drogas. Fue así como, con una sentencia de apenas 50 páginas, se legalizó la mal llamada “dosis personal”, que como ya dije, nos cambió el título a los colombianos de mayores productores de marihuana y coca en el mundo, por el estigma empobrecedor de país consumidor.

Volviendo a nuestro tema, nos alegró sobremanera el disfrutar de la presencia de los Centros de Historia de nuestro querido Occidente, con ponencias tan lúcidas, documentadas y valiosas en el conocimiento de los caminos ancestrales de nuestra región y, más aún, saber que en nuestros municipios tenemos amigos que dan cuenta de la historia, con el aval y el reconocimiento de nuestra Academia Antioqueña de Historia, en buena hora bajo la presidencia de don Alonso Palacios Botero, misma que sucedió a la muy exitosa de don Orestes Zuluaga Salazar.

Particularmente, pude sustentar de cómo al señalamiento colonial de una provincia de Antioquia “aislada, pobre, habitada por individuos perezosos y buenos para nada, apuntes que hacían en cartas enviadas por conquistadores, visitadores y hasta por el propio Juan Sámano, a Fernando VIII, se desvaneció rápidamente, gracias a los caminos tendidos en medio de las selvas, las montañas agrestes y las abras que se extendían en hermosos valles, como blondas cunas entre las cordilleras Occidental y Central, y pude demostrar que otro camino, el de la vida, luego de esfuerzos juiciosos de buenos gobernantes como don Francisco Silvestre, don Cayetano Buelta Lorenzana y don Juan Antonio Mon y Velarde, fueron construyendo la Antioquia grande que nos enorgulleció por espacio de tanto tiempo.

Como sustrato fundamental, logré demostrar de cómo el cruce de caminos de tres genios antioqueños, el doctor Pedro Justo Berrío, don Manuel Uribe Ángel y José María Villa Villa, cambiaron el concepto de que “Colombia era, a mediados del siglo pasado, un país recién estrenado”. El empeño general era romper el paisaje para darle paso a los caminos para carruajes, bestias, trenes; a los puentes, a las barcas cautivas y las “tarabitas”. Se quería poner fin al dilema que mantenía al país embotellado: ¿La producción se pierde porque no hay caminos?, o ¿no se produce nada porque no hay caminos?

Pero Antioquia tenía un camino trazado con el surgimiento del doctor Pedro Justo Berrío, máxima figura del conservatismo antioqueño del siglo XIX, cuando apareció en la escena pública con motivo de la rebelión del general caucano Eusebio Borrero, liquidada por la fuerza nacional al mando del general Tomás Herrera; al efecto, Berrío organizó un contingente que peleó con el legendario batallón Salamina, y ganó la batalla de Bosa, en 1854, liquidando el conflicto en contra de Melo.

Berrío, con el grado de coronel, reorganizó las fuerzas para enfrentar al presidente mosquerista del Estado, Pascual Bravo, quien fue vencido y muerto en Marinilla, en la batalla del Cascajo. Proclamado presidente en 1864, luchó fuertemente para que el gobierno liberal de la Unión, a cargo de Manuel Murillo Toro, reconociera al conservador y clerical de Antioquia. En 1865 fue el único candidato a la gobernación del Estado para el período de cuatro años, establecido en la Constitución seccional, dictada luego del triunfo de 1864 en Marinilla.

Reelegido en 1869 por la legislatura de Antioquia, poco a poco logró un aislamiento estratégico, eludiendo las guerras promovidas por sus vecinos liberales (Bolívar, Cauca y Tolima) y ganando respeto con el mantenimiento de unas buenas reservas de armamento.

Entre muchas de sus ideas progresistas (connotación totalmente a la que manejan los izquierdistas modernos), consideraba la ampliación de la red de caminos como un factor fundamental para el desarrollo económico de Antioquia; por eso impulsó la expedición de la Ley 210 de 1871 o Ley Orgánica de Caminos, y fomentó la construcción de un camino carreteable entre Medellín y el río Magdalena, pero contemplando su trazado como el de un futuro ferrocarril:  después de varias exploraciones y de un meditado estudio, expidió su memorable decreto de 14 de febrero de 1871, disponiendo la apertura de un camino carretero al Magdalena, convencido como estaba de la imposibilidad de conseguir, en mucho tiempo, los grandes recursos que se calculaban necesarios para un ferrocarril.

El camino que cruzaba entonces el doctor Berrío, se encontró con un joven estudiante de la Universidad de Antioquia, el hijo del médico Sinforiano Villa Vergara y Antonina Villa Leal, expulsado de la universidad con sus amigos Rafael Llanos y Rubén Castro, por unos versos que a juicio de las directivas de la Universidad, juzgaban “un pasquín”. Y vino la expulsión “para evitar la desmoralización en el establecimiento”. El gobernador Berrío, a sabiendas de la inteligencia del joven, exigió que se le abrieran las puertas del colegio: “sin él, la Universidad queda incompleta”. Se trataba de José María Villa Villa, a quien luego becaría para adelantar estudios de ingeniería en el Instituto Stevens de Hoboken, en New Jersey, donde aprendería la técnica de los puentes colgantes al trabajar como ingeniero auxiliar en la construcción del puente de Brooklyn, sobre el río del Este, en Nueva York, la gran obra de los ingenieros Johan y Washington Roebling, padre e hijo, respectivamente.

Tiempo después, en 1895, recordando la mano amiga del doctor Berrío y la inauguración oficial del Puente de Occidente (su obra maestra), con un guiño al cielo y contando montañas como gustaba hacerlo cuando estaba en La Siberia, su casa natal en Horizontes (hoy, corregimiento), en lo más alto de Sopetrán, celebró que había contribuido grandemente a los deseos de su mentor Berrío, de abrir caminos hacia el mar y el mundo; y al sueño de su padre, fallecido ya, hecho ahora realidad.

También recordó la tarde cuando, en la posada aquella donde los viajeros acostumbraban tomar un descanso y dejar pastar las mulas, se encontró con don Manuel Uribe Ángel, viejo amigo de su padre, y quien le sirvió de acudiente en New Jersey. Era unos treinta años mayor que él. Tenía la barba descuidada y los ojos pequeños y vivaces, que reflejaban lo mucho que habían esculcado ya el mundo. Venía de recorrer a caballo y a pie todo el territorio de Antioquia para escribir su bella Geografía general y compendio histórico del Estado de Antioquia en Colombia. José María habló de sus proyectos de puentes en el aire y don Manuel le mostró los cuadernos donde tenía en orden todos sus apuntamientos.

Don Manuel tenía su propia teoría sobre la forma de hacer caminos. Coincidieron de inmediato en que eran muchos los pecados cometidos por la improvisación con resultados funestos. Se habían obviado muchas precauciones y cálculos, indispensables para dirigir felizmente estas empresas.

—Creo que está usted de acuerdo en que en pocas partes del mundo se hallan embarazos de más consideración para viajar que en esta Antioquia. Es que a los impuestos por la rutina se unen los que nacen de la configuración del terreno —comentó don Manuel—, y sin esperar respuesta, siguió expresando sus pensamientos.

—Caminos que hagan “eses” o que vayan en espiral son necesarios en nuestras montañas. A no ser en las llanuras de suelo compacto y duro, la línea recta debiera abolirse”.

Ya en Medellín, se despidieron, pero José María Villa Villa, el que vadeó quebradas, y cruzó ríos, selvas y montañas, abriendo caminos prósperos con sus puentes colgante por toda Antioquia, jamás dejó alejar de su corazón al médico, geógrafo, historiador, político y naturista, que hizo yunta con el doctor Berrío, a mi juicio el mejor gobernador en la historia de nuestra Antioquia, con su programa de educación, salud y de gobierno, y su Ley orgánica de caminos, la ley 210 de 1871.

Cruce de caminos de tres genios, que hicieron grande a nuestra Antioquia. Hoy, venida a menos por la molicie y la ineptitud de los mandatarios de turno; valga decir, Aníbal Gaviria Correa y Daniel Quintero Calle, personajes estos que han enlodado el nombre de Antioquia y Medellín hasta más no poder, con sus pasados turbulentos y turbios, sin que organismo de control alguno se atreva a finalizar, ¡Dios sabrá por qué!

Sólo me queda desearle a mis lectores una feliz Navidad y esperar que el año entrante (a más tardar) con nuevas elecciones, termine la pesadilla que viven Medellín y Antioquia, hoy por mal camino.

1 Comentario

  1. José María Villa dejó un puente por donde no dejará de pasar su recuerdo y su memoria.

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