Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Analisis y Actualidad
Con tantos deseos y tantas acciones, el corazón está disperso. Falta unidad, falta paz, falta armonía. Entonces estamos tensos: no conseguimos hacer bien algunas de esas actividades, otras las dejamos a medias, otras quedan en el famoso buzón de “pendientes”…
No podemos vivir en la dispersión. Necesitamos un punto, un proyecto, un pensamiento, un amor, que nos lleven a la unidad. Necesitamos salir de las prisas para serenar el alma. Necesitamos por un momento dejar a un lado actividades que nos arrastran para detenernos y fijar el alma en lo esencial.
Entonces podremos afrontar las preguntas más decisivas: ¿quién soy? ¿Cuál es mi origen? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué me espera? ¿Qué encontraré tras la muerte? ¿Voy por el buen camino o estoy encadenado a vicios y frivolidades que me destruyen y que dañan a otros?
Con la mirada puesta en el Evangelio, encontraré un camino hacia la unidad: Cristo me explicará quién soy, cuánto me ama, qué sentido tiene la vida, cómo salir del pecado, cómo empezar a respirar un aire nuevo.
Vale la pena recordar que san Agustín miraba al Hijo de Dios, Jesucristo, como mediador entre la unidad divina y la división humana (cf. “Confesiones” 11,29,39). Sólo cuando me acerco al Maestro me alejo de la dispersión y encuentro el verdadero centro de mi vida.
Hoy puedo caminar desde la dispersión hacia la unidad. Basta con dejarme iluminar por el Espíritu Santo y decidir no según presiones malsanas de mis caprichos o de quienes me rodean, sino según el anhelo más hermoso de los corazones purificados: dejarme amar y amar enteramente a Dios y a los hermanos.
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