Por Iván de J. Guzmán López

Llegan las elecciones, y con ellas la posibilidad de escoger buenos ediles, buenos diputados, buenos alcaldes, buen gobernador. Sin duda, nuestras ciudades y nuestros municipios son reflejo de quien nos gobierna.  Amar la ciudad, amar nuestros barrios, amar nuestros municipios, es votar bien.

Hoy quiero centrarme en la añoranza y el amor que inspiran nuestros barrios: 

Los viejos barrios que nos vieron crecer, los que nos arrullaron con sus cantos y murmullos, los que fueron la alegría de buena parte de nuestras vidas, merecen todo nuestro cariño, nuestra consideración, nuestro cuidado. Cómo duele verlos ahora llenos de basuras (residuos, dicen hoy), abandonados de las autoridades y de nosotros mismos, entregados a hordas que hacen de sus calles campos del delito y del abuso. Duele ver las calles de barrios tan bellos como los nuestros, en suciedad nunca antes sospechada; en abandono de autoridad y usados para el mal por algún comercio irrespetuoso y depredador de menores de edad y prostitución.

La indiferencia es el supremo mal de todo aquel que entrega fácilmente lo que ama. “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”, argumentaba el inolvidable líder  Martin Luther King. Ser indiferente es cohonestar con el maleante, con lo que está mal, con lo que nos daña, con el mal gobernante, y por eso malea lo que amamos.

Nuestra ciudad está llena de barrios icónicos, de recordación eterna en el corazón de sus raizales, pero también en el de cada habitante de Medellín, nacido o no aquí. Baste para ello citar a tradicionales como Aranjuez, Prado, Buenos Aires, Manrique, Calasanz, La Floresta, Belén, San Joaquín, San Benito o El Poblado. Ellos cuentan la historia de la ciudad y de nuestras gentes.

El barrio como espacio de  vida, de ilusión, de amor, de añoranzas siempre presentes en el corazón de aquel que por algún motivo debió abandonarlo, es cantado con nostalgia; está tocado con un sentimiento que en ocasiones parece contristar el corazón. El tango es pródigo en la queja de pena y amor por los barrios. Para muestra, el tango Almagro, nombre de uno de los barrios más queridos y tradicionales de Buenos Aires, en la Argentina, que en letra de Alberto Temarini y Vicente San Lorenzo, dice:

“Como recuerdo, barrio querido,
aquellos tiempos de mi niñez…
Eres el sitio donde he nacido
y eres la cuna de mi honradez.

Barrio del alma, fue por tus calles
donde he gozado mi juventud.

Noches de amor viví;
con tierno afán soñé,
y entre tus flores
también lloré…

Qué triste es recordar
Me duele el corazón…
¡Almagro mío,
que enfermo estoy!

Almagro, Almagro de mi vida,
tú fuiste el alma de mis sueños…
Cuantas noches de luna y de fe,
a tu amparo yo supe querer…

Almagro, gloria de los guapos;
lugar de idilios y poesía,
mi cabeza la nieve cubrió;
ya se fue mi alegría
como un rayo de sol.

El tiempo ingrato dobló mi espalda
y a mi sonrisa le dio frialdad…
Ya soy un viejo, soy una carga,
con muchas dudas y soledad.

Almagro mío, todo ha pasado;
quedan cenizas de lo que fue…
Amante espiritual
de tu querer sin fin,
donde he nacido
he de morir.

Almagro, dulce hogar,
te dejo el corazón
como un recuerdo de mi pasión”.

El barrio, de alguna manera, cobija nuestros sueños. De alguna manera, nos identifica. Querer a nuestros barrios es manera de gozar de un corazón poblado de sueños. Un corazón habitado de sueños es una armadura contra la mediocridad, contra el olvido, contra la indiferencia. Querer nuestro barrio: el barrio donde vivimos y trabajamos, es querer la ciudad; es el lugar donde reímos, y hasta lloramos, es gozar de una idea de vida, una forma de amar, de querer, de respetar, de reconocernos. Querer nuestros barrios, es tener la fortuna de un corazón poblado de sueños.

Llegan las elecciones, y con ellas la posibilidad de escoger buenos ediles, buenos diputados, buenos alcaldes, buen gobernador. Sin duda, nuestras ciudades y nuestros municipios son reflejo de quien nos gobierna.  Amar al barrio, es amar la ciudad; amar la ciudad es votar bien.