Por: Balmore González Mira

Los cambios de gobierno casi siempre son traumáticos y si son de partidos e ideas diferentes son absolutamente traumáticos. No existe aún la fórmula para que haya un buen empalme y tampoco para que el nuevo gobierno entienda que hay cosas que jamás podrá cambiar sin que haya un daño para los administrados y poner en riesgo los dineros públicos que son de todos los contribuyentes, hayan o no votado por el ganador. Por lo general, los nuevos gobiernos se instalan bajo la consigna de ser los adanes, en el entendido que creen que con ellos llega la creación de la administración pública, cuando sólo son un eslabón pequeño en la historia de sus pueblos.

Los ciudadanos nos vemos sorprendidos permanentemente con la suspensión de obras millonarias que los gobiernos salientes dejan empezadas y que por variadas razones no alcanzan a culminar y que por lo general van en beneficio de las comunidades, pero que los nuevos gobernantes deciden parar de manera automática por el solo criterio irresponsable de que no hacen parte de su programa de gobierno. Es así como muchas de ellas quedan suspendidas indefinidamente y otras  de manera temporal; las primeras hacen parte de los elefantes blancos que lamentablemente casi nunca se resuelven y que jamás se castiga a los responsables de su final caótico; y las segundas, después de un tiempo son terminadas con unos sobrecostos abismales que tampoco son cargados a los funcionarios que hicieron el daño y que finalmente salen a costa de los contribuyentes.

Las obras públicas hay que terminarlas y no dejarlas empezadas creando espejismos sobre ellas y sus autores y tratando de demostrar que no fueron proyectadas con buen criterio, que no fueron totalmente financiadas o lo que es peor,  simplemente porque el capricho de un nuevo servidor que  quiere beneficiar o favorecer a alguien en especial con su culminación, las paraliza con galimatías de toda índole, suspensiones, multas, retrasos en pagos de actas de avance y amenazas de caducidad hacen parte de este triste inventario.

Debemos dejar claro y crear conciencia que lo importante de las obras no es cortar la cinta o poner la placa de inauguración, que si bien es un acto para enaltecer el ego del gobernante de turno y para que quede constancia en el libro de la historia, lo importante y fundamental es que la obra se haga y más aún, que se haga bien hecha. En fin, haré una lista caprichosa en términos y en orden, para definir porqué algunas obras públicas no se terminan. Por egoísmo o por celos o por soberbia  del nuevo gobernante. Porque algunos mandos medios en los nuevos gobiernos las quieren ejecutar con sus amigos o sus propias empresas. Porque han quedado desfinanciadas y el nuevo gobernante no se cree obligado a terminarla,  así falte solo un porcentaje pequeñito para entregarla a la comunidad. Hay razones también en su modelo de anticipo, donde muchas veces este se lo gastan en otro lado y empiezan los incumplimientos del contratista, y también las hay, porque los contratistas se robaron la plata. Lamentablemente nuestros modelos de control con los organismos encargados para acelerar estas obras son lentos y a veces ineficaces y ni que decir cuando se tiene que acudir  ante el Contencioso Administrativo que con su cantidad de procesos y congestión, son hasta una o dos décadas para que se resuelva de fondo. Lo mejor es poder terminar las obras con la sensatez y la grandeza de un buen gobernante.

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