Por : Misael Cadavid MD

Si busca en internet Jhon Sassall no encontrará ningún registro excepcional. No aparece en Wikipedia, no hay artículos escritos por él ni tampoco hay pequeñas biografías; todas las referencias llevan al ensayo que escribió John Berger sobre un médico cuya única particularidad fue ser un hombre sencillo que hizo su trabajo en una comunidad rural de Inglaterra lo mejor que pudo, así como lo haría un buen panadero, un sepulturero o un profesor.

Como estudioso del campo de la salud no hizo un aporte científico, no realizó algún procedimiento quirúrgico extraño, ni enfrentó como médico alguna crisis histórica particular; simplemente intentó aliviar el dolor de los habitantes del recóndito pueblo. John Sassall fue un héroe popular así no hubiera aparecido en televisión.

Estas particularidades fueron las que llamaron la atención de Berger, quien en su libro Un hombre afortunado cuenta el día a día de un médico rural que, a diferencia de muchos otros médicos, nunca dejó de indagar sobre el valor que tienen las vidas reales de los pacientes que trata. “Sassall necesitaba curar a los otros paras curarse a sí mismo”, se dice en uno de los capítulos.

Un médico, cuando cumple bien su papel, pertenece a la comunidad, no vive simplemente en la comunidad”; luego, dice Sassall, practicar la medicina en un lugar remoto entraña un nuevo privilegio: el privilegio de ser indiferente al éxito. Y así el médico rural, que trata las emergencias que van desde accidentes graves que ocurren en las carreteras hasta el lento sufrimiento del final de un cristiano jubilado que ha perdido la fe, se vuelve un testigo objetivo de las vidas de quienes habitan el pueblo.

Y esto es un aporte más que significativo en la evidente magnificencia de la cotidianidad misma.

Ojalá, pienso que aquellos que enfrentamos una carrera tan larga y costosa nunca desistiéramos de esos ideales que nos comprometieron profundamente ante la vida.

Ojalá los médicos no olvidáramos, como dice Berger, que la relación con el paciente es mucho más complicada de lo que la teoría enseña. ¿Cómo llegamos a adquirir la confianza necesaria para ponernos en manos del médico?, pregunta el escritor, mientras reflexiona sobre el arte del diagnóstico: “No hay muchos médicos que sepan diagnosticar bien; ello no se debe a que carezcan de conocimiento, sino que son incapaces de comprender todos los datos posiblemente relevantes, no solo los físicos, sino también los emocionales, históricos y medioambientales. Buscan una afección concreta en lugar de buscar la verdad sobre la persona.”

Un hombre afortunado está lleno de ideas interesantes sobre el arte de la medicina en su nivel fundamental, todas tan necesarias en un país como el nuestro.

En Medicina no hay un buen tratamiento de la enfermedad, sin buen trato al paciente. Él no eligió estar enfermo, pero nosotros sí elegimos ser médicos.

Es debido a esta elección que nuestro actuar diario debe ser un apostolado impregnado de un gran humanismo para que la relación con nuestros pacientes sea un acto lleno de confianza, comprensión y mucho amor, llevando a la medicina a la noción de altruismo, ese que tanto anhelamos.

 

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