La honestidad es mejor que toda política”, como señaló con perspicacia el Filósofo Immanuel Kant. Donde no hay honestidad se desmorona la paz, la justicia, el orden, la libertad, la gobernabilidad y todo un proyecto de nación.

POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Ser honesto es ser real, genuino, auténtico, de buena fe.  Ser deshonesto es ser falso, mentiroso, impostado, ficticio, desleal.  La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás.  La deshonestidad no respeta a la persona misma ni a los demás.  La honestidad tiñe la vida de apertura, confianza, credibilidad y sinceridad, y expresa la disposición de vivir a la luz de la verdad.  La deshonestidad busca la sombra de la mentira, el encubrimiento, el ocultamiento.  Es una disposición de vivir en la oscuridad.

¿Por qué algunos políticos, empresarios, gerentes, y directivos desean ser deshonestos para llegar al poder? Es una pregunta que nos hacemos mordazmente los colombianos de bien y no hemos encontrado la respuesta.  A los ciudadanos revestidos de integridad y racionales nos resulta casi ininteligible la deshonestidad.  Si alguien dice cosas para buscar un objetivo fundamentado en la mentira y el engaño, debe darse en él por frustrada nuestra aceptación.  La deshonestidad no tendría ningún papel en una sociedad que reverenciara la realidad y estuviera habitada por personas plenamente racionales.

Los seres humanos, sin embargo, no somos plenamente racionales, así lo hemos evidenciado y señalado.  Los seres humanos necesitamos práctica y estudio para convertirnos en personas íntegras, éticas y benévolas.  Y en el ínterin hacemos muchas cosas que la prudencia nos aconseja ocultar.  Mentir es una “fácil” herramienta de ocultamiento, y cuando se emplea a menudo pronto degenera en un vicio maligno.  La honestidad es de suma importancia en la clase política, económica, educativa, empresarial, laboral, y religiosa colombiana.  “Odio como las puertas de la muerte al hombre y la mujer que dice una cosa, pero oculta otra en el corazón”, exclama el angustiado Aquiles en la Ilíada de Homero.  Toda actividad social y política, toda empresa humana que requiera una acción concertada, se atasca cuando la gente no es franca.  La honestidad no consiste sólo en la franqueza, la capacidad de decir la verdad, sino en la honestidad del trabajo, ser honesto por una paga honesta. 

Es la honestidad que buscaba el profeta Jeremías: “¡Recorre las calles de Jerusalén, mira en derredor y observa! Busca en las plazas y encuentra una sola persona que actúe justamente y busca la verdad”.  Es la honestidad que el filósofo cínico Diógenes buscaba más tarde en Atenas y Corinto, una imagen que ha resultado ser notablemente duradera: “con vela y farol, cuando brillaba el sol, busqué hombres honestos, más no pude encontrar ninguno”, como lo expresaba una compilación del siglo XVII.  La nariz alargada del mentiroso pinocho es una imagen que aún no tiene cien años, pero también ha encontrado un lugar entre nuestras historias populares más duraderas.

¿Cómo se cultiva la honestidad?  Como la mayoría de las virtudes, conviene desarrollarla y ejercitarla en armonía con las demás.  Cuánto más se ejercita, más se convierte en una disposición afincada.  Pero hay una respuesta rápida que se puede dar en tres palabras: ¡Tomarla en serio! Se debe reconocer que la honestidad es una condición fundamental para las relaciones políticas del poder, para las relaciones humanas, para la amistad, para ejercer la gobernabilidad, para la auténtica vida profesional y comunitaria.  Pero se debe tomar en serio por sí misma, no “como la política más conveniente”.

“La honestidad es mejor que toda política”, como señaló con perspicacia el filósofo Immanuel Kant.  Hay una gran diferencia entre tomar en serio la verdad y no dejarse pillar en las mentiras.  Los padres a menudo dicen: “que no te pille de nuevo”, y es comprensible, pero una vida buena, sabrosa y honesta es más que eso.  El desarrollo ético y moral no es un juego de “píllame si puedes”.  Conviene concentrase en lo que importa de veras, la clase de persona que uno es.  Definitivamente, ser o parecer honesto no es evidentemente lo mismo.

La paz no se logra donde reina la mentira, el engaño, la injusticia, el desorden, el libertinaje y la deshonestidad.  Aquí podemos aplicar el estribillo: ¡Podemos llorar y ser muy de malas, pero es así!  

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                  Medellín, marzo 25 de 2023