ARDE EL PAÍS ANTE UNA ACTITUD DE HIPOCRESÍA SOCIAL

“Desde tiempos inmemoriales estamos quemando y talando nuestra Amazonía, las selvas y bosques para extraer sus riquezas minerales, explotar maderas y hacer ganadería extensiva, todos sabemos eso y nadie hace realmente algo concreto y efectivo para evitarlo”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Ante la alarmante situación que vivimos, la cual tiende a agravarse y que nunca antes había mostrado tan evidentemente que la crisis climática no es un cuento de los idealistas, sino una realidad palpable, que avanza a pasos agigantados y con una gran capacidad destructiva que agota la vida, no solo del medio ambiente y la Madre Tierra; pues destruye selvas, seca quebradas, nacimientos y otras múltiples fuentes de agua, como bosques y páramos, algunos de los cuales han sido afectados por el intenso calor y la ausencia de lluvias que ha generado el “fenómeno del niño”, afrontamos una de las mayores dificultades que no solo en Colombia, sino en el mundo entero, ha propiciado todo tipo de manifestaciones, controversias, compromisos incumplidos y muy pocas soluciones. Llama inclusive la atención que aquí –como algunos altos poderes mundiales- hayan querido restarle importancia a este escabroso asunto, tratando de minimizar, o inclusive ridiculizar, algunos ingentes esfuerzos y anuncios que los defensores de la naturaleza y del medio ambiente han querido realizar, por lo menos presentando propuestas para tratar -en medio de tanta insensatez- de encontrar algunas alternativas de solución. Dichos esfuerzos parecen como los de la golondrina en el conocido dicho popular, “tratando de hacer llover en el desierto”. Esa titánica misión, no puede ser tarea de pocos, debe ser un propósito de TODOS.

Es increíble que el desaforado interés económico y los cálculos políticos, estén tratando de evitar que empecemos y reforcemos una lucha frontal y decidida contra el cambio climático y contra todo aquello que lo produce, como la minería extensiva, la tala de los grandes bosques (la selva amazónica), el uso indiscriminado de combustibles fósiles, etc.

El asunto no es algo de poca monta y a pesar de que –por su alto poder destructor, su notable y feroz crecimiento y el esfuerzo de algunos líderes y/o gobernantes- ha llamado la atención a nivel mundial, muchos, tal vez los más influyentes, los que pudieran realmente hacer algo para solucionarlo, no han querido prestarle la atención que es necesaria, para poder ponerle freno a tan poderoso Leviatán (que como dice la Biblia “representa el caos y el mal ante la creación”) que avanza a pasos agigantados, ya no amenazando sino destruyendo vertiginosamente, casi que sin control alguno, importantes sistemas naturales, fuentes esenciales para la vida de todo tipo, pues son el alma y nervio del sistema ecológico y natural (flora y fauna) a nivel nacional y del planeta mismo.

Es paradójico e irrefutable, que este es uno de los asuntos en donde se evidencia el mayor cinismo humano (disfrazado de civilidad) y mucha hipocresía de la gente, de las instituciones y hasta de la misma sociedad, pues mientras casi todo el mundo sabe y es consciente de la inaplazable necesidad que tenemos para asumir en serio el compromiso de ayudar al planeta, al medio ambiente (a nosotros mismos) a resolver este terrible flagelo, casi nada hacemos efectivamente para cumplir tan necesarios e inaplazables propósitos, nuestras acciones no se encaminan directa e inequívocamente a eliminar a tan desafiante y peligroso enemigo: el cambio climático.

Según Naciones Unidas, “Las emisiones de gases de efecto invernadero cubren la Tierra y retienen el calor del sol. Esto conduce al calentamiento global y al cambio climático. El mundo se está calentando más rápidamente que en cualquier otro momento de la historia registrada”. (El Google Doodle anual para el Día de la Tierra de este viernes 22 de abril 2022).

Se afirma además, en este informe, que “el aumento de las temperaturas a lo largo del tiempo está cambiando los patrones climáticos y alterando el equilibrio habitual de la naturaleza. Esto supone muchos riesgos para los seres humanos y todas las demás formas de vida de la Tierra”.

Todo, como ello ocurre casi siempre, en lo que tiene que ver con los compromisos con nuestra institucionalidad (Estado y sociedad) y con la supervivencia de la humanidad misma, bajo una soterrada actitud, a través de la cual, casi que irresponsablemente, tratamos de que nuestro compromiso sea lo más vagamente posible. Decimos odiar los plásticos (por ejemplo), pero seguimos consumiéndolos sin poner una más efectiva resistencia; hablamos sobre los inmensos daños que causa consumir combustibles fósiles, pero como es tan lucrativo negocio, atacamos y despotricamos contra todo aquel que quiera asumir una cultura realmente abolicionista de tan poderoso y camuflado veneno. Decimos que hay que hacer la transición hacia los combustibles amigables con la vida y la naturaleza, pero alegamos testarudamente que esa misión no es ahora, que ello sí debe hacerse y es necesario, pero hay de aquel que empiece a practicar dichos cambios. Loco, abusivo, anticapitalista o idealista, será el mínimo calificativo que reciba el que tenga tan osado atrevimiento.

La minería extensiva, nadie puede decir que no sabe y quiere que ese tipo de explotaciones debe desaparecer definitivamente de la faz de la tierra y, con mucha mayor razón de nuestro país; pero muchas autoridades y hasta regiones enteras y amplios sectores de opinión se confabulan con dichas empresas y con los patrocinadores de tan lucrativos negocios, haciendo imposible que dicho fenómeno sea posible, realmente, erradicarlo. Desde tiempos inmemoriales estamos quemando y talando nuestra Amazonía, las selvas y bosques para extraer sus riquezas minerales, explotar maderas y hacer ganadería extensiva, todos sabemos eso y nadie hace realmente algo concreto y efectivo para evitarlo.

La minería, contamina los ríos, destruye regiones enteras, con desorden público, seguridad privada (guerrilla, paramilitarismo o delincuencia organizada), prostitución, drogadicción, alcoholismo y todo tipo de descomposición social, pero como son poderosas empresas (muchas de ellas informales y/o ilegales), alguna de ellas hasta internacionales, las que patrocinan y hacen esas explotaciones, nadie puede atreverse a decir nada porque nos falta compromiso social, valor civil o porque todos sabemos las consecuencias que ello conlleva.

Así las cosas, ¿cómo y cuándo vamos a emprender la realización de ese compromiso que nuestro Estado y sociedad tienen y cuándo cada uno de nosotros vamos asumir seria y responsablemente el reto que tenemos con la humanidad, con nuestro país y con nosotros mismos?

Como decían en mi pueblo, “espéreme aquí que ya vengo”. “Yo sí, pero cuando pueda”

Y ¿cuándo será ese cuándo?

*Abogado. Especialista en Desarrollo Social y Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.