“Equivocados o no, es claro, casi todos viajan- migran hacia el norte, en busca del “gran sueño americano”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Tiempos muy difíciles vive el país a causa de la honda crisis política, social y económica que hemos tenido los colombianos en las últimas décadas. Una de las consecuencias más nefastas que nos ha tocado afrontar ha sido, sin duda alguna, el fenómeno social de las migraciones, no solo de compatriotas, que transitan –casi que sin rumbo- de un lugar a otro al interior del territorio patrio, como víctimas del incomprensible desplazamiento interno que se ha apoderado del país y que pareciera no tener fin, sino también, es indudable, que este inhumano fenómeno se ha irrigado por todo el continente Suramericano de manera incontrolable.

A nuestro territorio llegan ciudadanos, que desertan o viajan, unas veces por salvar su vida o por amenazas en sus territorios (nacionales o extranjeros) y, en otras ocasiones, buscando sueños como el americano, mejores oportunidades y la presunta satisfacción de necesidades que en el lugar donde se ha vivido no tienen o se les ha negado.

Dichos migrantes permanecen “varados”, en improvisados “hogares de paso” que se les ofrece o en las calles y parques de nuestros municipios, especialmente en los costeros, sometidos a muy deplorables situaciones de salubridad, asistencia social, alimentación, en deprimentes condiciones sanitarias y de salud, etc., mientras resuelven su situación y puedan volverse a embarcar en la incierta y peligrosa jornada que los conduzca a su destino, desde donde muchas veces son deportados, maltratados y, en todo caso rechazados, de los territorios y/o países a donde aspiran llegar.

Viajan, como lo hacen todos los desplazados, indefensos y con la esperanza de que al final de su incierto camino encontrarán lo que han perdido, su paz, su estabilidad física y emocional y, hasta sus familias; pues un significativo número de ellos son sobrevivientes de terribles y arduos conflictos económicos, políticos y/o sociales que se viven en las comunidades y/o naciones donde vivían. La pobreza y la violencia son el más común caldo de cultivo para la generación de este creciente fenómeno. Unos salen por los mares; otros por las trochas fronterizas, liderados por los famosos “coyotes”, facinerosos delincuentes que les prometen fines felices, no sin antes quitarles hasta el último centavo que llevan encima y someterlos a los más indignos y degradantes tratos.

No pocos son víctimas de los narcotraficantes, que los “cargan” con droga y los someten a estas tremendas penurias. Otros van por las selvas, en nuestro caso especialmente en las de El Darién, en límites con Panamá, país que al igual que el nuestro, es obligado puente de cruce de muchas de estas penosas travesías, a las que se ven sometidos muchos ciudadanos del mundo que pasan por aquí buscando reencausar su rumbo hacia la meta propuesta o prometida.

Muchos son los lugares y países desde los cuales migra la gente, entre los cuales están Haití, Brasil, África, Asia, cuba, chile, Venezuela y, entre otros, obviamente Colombia, pues no es nada despreciable la cuota que aporta nuestra nación a este inhumano fenómeno y al desplazamiento interno que siempre hemos afrontado.

Las causas -aunque algunos no les gusta que las repitamos siempre, es algo que es inevitable hacer- son entre otras por supuesto: la pobreza, la violencia, el narcotráfico, la polarización política, la inequidad y la intolerancia social, con mayor énfasis de uno o algunos de estos flagelos, según el territorio y/o nación donde se producen.

*Abogado Defensoría del pueblo Regional Antioquia. Especialista en Planeación de la Participación y el Desarrollo Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magister en Gobierno.