Admiro a los maestros(as) de espíritu tenaz y combativo.  Los auténticos educadores nunca demuestran incapacidad para el desánimo.  Recordamos siempre la actitud de los maestros(as) de recio optimismo, bien manifiesto, pero que acostumbraron llamar felicidad.  Valoramos su capacidad humana, sus conocimientos, su sabiduría y su liderazgo inspirador.  Guardamos gratitud por aquellos educadores que nos abrieron camino para hacer realidad nuestros mejores sueños.  Y, finalmente, llevamos en nuestro corazón a los maestros(as) excelentes, gente buena, sencilla y empática.  ¡Gracias, Gracias, Gracias!

POR: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

La dedicación a las tareas docentes no se concibe como un munus apostólico, aconsejado o a un imperado por el servicio a la iglesia ante determinadas situaciones o circunstancias.  Siempre se ha considerado que la educación ha sido una actividad de carácter profesional.  No tiene nada que objetar al meritorio servicio que han prestado tantas instituciones religiosas, oficiales y privadas a lo largo de la historia colombiana, ante el grave proceso de ideologización marxista-comunista que han sufrido por la injerencia directa de FECODE. 

Mas el que se hayan hecho comunes esas actuaciones en los claustros escolares, ha sido consecuencia del fallo y debilidad del espíritu pedagógico, vocacional y científico para potenciar la educación con calidad en la sociedad, de la apatía e irresponsabilidad de la mayoría de los gobernantes hacia el reconocimiento justo y dignificación profesional de los educadores.  Hoy, para despertar la consciencia humana, académica, tecnológica y científica en la educación, debemos recordar con energía y pasión que las actividades de enseñanza y aprendizaje tienen un eminente carácter laical y profesional y deben surgir de la libre y responsable iniciativa de los ciudadanos que están inmersos en la sociedad.

Ser educador, en cualquier nivel de enseñanza y en cualquier modalidad, es una profesión, como lo es ser abogado, ingeniero, médico, periodista, albañil o mecánico.  Razonablemente, la profesión docente debe ser ejercida por quienes se han sentido atraídos y entusiasmados por ese noble trabajo, poseen las aptitudes adecuadas, se han preparado académica y pedagógicamente y, se entregan a ella con ilusión profesional, a la vez como medio de vida, por lo tanto, merecen todo reconocimiento por el Estado y justicia social para vivir dignamente.

Como cualquiera otra profesión, la de educar, implica especialización, maestría y doctorado; poseer el oficio con calidad profesional, llega a hacerlo connatural; y un afán continuo para superarse permanentemente con la ayuda decidida del Estado.  No es legítima la improvisación, ni es bueno dedicarse a la educación con ánimo de transitoriedad, sin vocación, porque pasaríamos a desempeñarnos como un simple profesor de oficio. 

Para mí, como simple ciudadano de a pie, el cuidado de la calidad profesional, el sincero y continuo esfuerzo por mejorar la propia preparación profesional, ha de ser algo indeclinable.  He observado muy a lo vivo que el efecto penoso y contraproducente que provoca en tantos jóvenes el que hubiera en puestos destacados de la educación personas afines al exhibicionismo profesional, que sólo muestran serias faltas de competencia -o aun de conducta- al servicio de la educación:  Cuando bullen, “haciendo cabeza” de manifestaciones exteriores de no sentir orgullo por su profesión docente, hombres y mujeres mal conceptuadas, de seguro que sentimos ganas de decirles al oído: ¡Por favor tengan la bondad de no hacerle tanto daño a la sociedad como servidores públicos de la educación!

Por esto mismo, insisto una y otra vez que para tener consciencia y vocación de maestro(a), tenemos que aprenderla con estudio, disciplina, ética, esfuerzo y honestidad.  Si se pretende hacer bien a las almas desde las aulas escolares, hay que ser primero un excelente profesional de la educación y merecer el título de maestro(a) insigne.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                Medellín, agosto 11 de 2023       

 

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