Probablemente, el factor que más saca a las familias del camino son las emociones negativas, como, por ejemplo, los enfados y los insultos.  El mal genio nos causa problemas y el orgullo nos mantiene ahí.  Como dijo C.S.LEWIS: “El orgullo es competitivo por naturaleza.  El orgullo no obtiene placer de tener algo, sólo de tener más que los demás… es la comparación lo que lo hace orgulloso: El placer de estar por encima del resto.  Una vez que la competencia ha desaparecido, el orgullo desaparece también”.

Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

Una de las formas más comunes del orgullo es la necesidad de tener la razón, de hacerlo todo a mi manera.  Quiero recordar incluso si la ira surge el 0,1% del tiempo, eso afectará a la calidad del resto, porque las personas nunca sabrán cuando puede volver a surgir de nuevo.  Sé de un hombre que era generoso y agradable la mayor parte de las veces, pero de vez en cuando surgía su temperamento iracundo.  Esto perjudicaba toda la relación porque los miembros de su familia contemplaban siempre la posibilidad de que estallara de nuevo.  Evitaban las reuniones sociales por miedo a salir avergonzados.  Andaban con mucho cuidado todo el día para evitar caer en uno de sus arranques.  Nunca eran naturales o abiertos.  No se atrevían a contestarle por temor a que se enfadara y empeorara aún más las cosas.  Y, sin nadie que hablara sinceramente con él de esto, este hombre perdía la noción de lo que estaba sucediendo realmente en su familia.

Cuando alguien se enfada y pierde el control, los resultados son tan hirientes, tan intimidantes, tan amenazantes y tan poderosos que los demás pierden sus modales.  Tienden a pelear, lo cual sólo agrava el problema, o a capitular y rendirse adoptando un espíritu perder-ganar.  Y entonces ni siquiera es posible solucionarlo.  El resultado más probable es separarse e ir por caminos distintos evitando comunicarse sobre las cosas importantes.  Intentarán vivir de un modo independiente, ya que la interdependencia parece demasiado difícil, demasiado lejana y demasiado irreal.  Y nadie tendrá las ganas o la habilidad necesarias para perseguirla.

Por eso es tan importante que se desarrolle un tipo de cultura al interior de la familia; para que las personas se miren en sí mismo su conducta y comportamientos.  Ahí podrán reconocer sus tendencias negativas, superarlas, disculparse con los demás y procesar sus experiencias para que se descongelen gradualmente esas etiquetas y se pueda volver a confiar en la relación respetuosa y armónica de la familia.

Por su puesto, el trabajo más importante es la prevención.  Tenemos que cambiar de idea para no decir o hacer esas cosas que sabemos que ofenderán a otros, y aprender a superar nuestra ira o a expresarla en mejores momentos y de maneras más productivas.  Necesitamos ser profundamente honestos con nosotros mismos y ver que, la mayor parte de las veces, nuestros enfados son consecuencia de la debilidad de otro.  También podemos cambiar de idea para no permitir que los demás nos ofendan.  Sentirse ofendido es una elección.

Podemos sentirnos dolidos, pero hay una gran diferencia entre estar dolido y sentirse ofendido.  Estar dolido es tener los sentimientos heridos, duele por un tiempo, pero sentirse ofendido es elegir actuar basándose en esa herida, contestando igual, poniéndose al mismo nivel, yéndose, quejándose con otros o juzgando muy mal al quien nos ha ofendido.

La mayoría de las ofensas no son a propósito.  Incluso cuando son intencionadas, podemos recordar que perdonar, igual que amar, es un verbo.  Es la elección de cambiar del contraataque a la proactividad, a tomar la iniciativa, tanto si eres tú el que ha ofendido a alguien como si te han ofendido a ti, para buscar una reconciliación.  Es la elección de cultivar y depender de una fuente externa de seguridad personal para no ser vulnerables a las ofensas externas.

Y, por encima de todo, tenemos la elección de dar prioridad a la familia, pensar que la familia es demasiado importante como para permitir que las ofensas nos separen e impiden a unos hermanos asistir a los mismos eventos, por ejemplo ¡Que lastima!

Depender unos de otros es algo difícil.  Requiere mucho esfuerzo; un esfuerzo constante y mucha valentía.  Es mucho más sencillo, a corto plazo, vivir de modo independiente dentro de una familia, ocuparte sólo de tus cosas, entrar y salir a tu antojo, atender tus propias necesidades e interactuar lo menos posible con los demás.  Pero la alegría real de la vida familiar se pierde para siempre.  Cuando los hijos crecen con este modelo, piensan que la familia es así y el ciclo continúa.  El efecto devastador de estas guerras frías cíclicas es casi tan negativo como la destrucción de cualquier guerra.

A menudo es importante procesar las experiencias negativas: Hablarlas, resolverlas, hacer hincapié y buscar el perdón.  Cuando se dan situaciones feas, puedes descongelarlas reconociendo tu parte de culpa en ellas y escuchando empáticamente para entender cómo las vieron las otras personas y cómo se sintieron al respecto.  Cuando todos nos mostramos vulnerables es cuando surgen los lazos más profundos.  Así minimizamos las cicatrices psíquicas, familiares y sociales, y allanamos el camino para la creación de la sinergia o armonía familiar.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                     Medellín, abril 12 de