Por:  LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS

El prestigio de la política, inmerso en la politiquería, es destruido, y la imagen del acusado puede quedar enlodada para siempre. LFPR

El halago de las pasiones de la plebe, amante de la politiquería, para hacerla instrumento de la propia ambición política constituye una de las más descaradas y crueles estafas de las que puede ser víctima el pueblo colombiano.  Son millones los hipnotizados, por los hipnotizadores de la politiquería, los que pueden ilusionarse creyendo en promesas utópicas que jamás serán satisfechas, ya que se usan solo como anzuelo electoral.

El lucro obtenido es el poder.  Poder al servicio de cúpulas partidistas, grupistas, y no del pueblo.  Este último, que nada entiende, suele, al sentirse defraudado, reaccionar violentamente, culpando erróneamente a los que no corresponden, y jamás a los que mintieron deliberadamente para hacerse con el poder.  Como dijo L. Dumur: “la política, engañosa, es el arte de servirse de los hombres y mujeres haciéndoles creer que se les sirve”.  D” Alambert mientras, sostiene en su teoría política que “el arte de la guerra es el arte de destruir a los hombres y mujeres, como la política, irresponsable, es el arte de engañarlos”.

 La hipocresía colectiva impide el reconocimiento de ciertas verdades cuando éstas son expuestas, ya que lo establecido es fuente de seguridad emocional para que las personas que, acostumbradas a un sistema, sienten temor de reconocer los defectos y vicios de éste.

Este es el peligro de la “democratitis”, especie de enfermedad maligna que lleva a asumir en forma puramente emocional el sistema democrático, rechazando indiscriminadamente todas las críticas que puedan tener por objeto perfeccionarlo.  La democracia no existe por mero acuerdo o decreto, sino que representa un estado de consciencia que requiere, para perfeccionarse, de un largo y trabajoso camino de perfeccionamiento de cada ciudadano colombiano, descartando el paternalismo estatal para asumir la responsabilidad de sí mismo, condición fundamental para hacerse inmune a los cantos de sirena electorales, comprendiendo que el mérito individual es la única fuente de riqueza, paz y prosperidad para el pueblo colombiano.

Cabe hacer notar que las estafas encubiertas, practicadas en gran escala, vale decir, que afectan a una gran mayoría de la población colombiana, suelen tener éxito porque se originan y desarrollan mediante un abrumador despliegue publicitario, en el cual los medios de comunicación moderna son, por lo general inocentes cómplices.  Como estamos en la época de la ambigüedad política, abunda la equívoca figura en que una cosa “es una estafa o no lo es”.  Lo es en la realidad de los afectados, pero no a la hora de exigir el reconocimiento de este hecho y el castigo de los culpables.

Cuando se efectúan determinadas promesas antes de acceder al gobierno nacional, departamental y municipal, o al poder político y, este compromiso no se cumple después del triunfo electoral, se da lugar a una vulgar estafa a la buena fe pública, figura inmoral con intención de engaño, premeditación y lucro, que seguramente será sancionada como corresponde cuando llegue el momento en que el pueblo colombiano dimensione crítica y debidamente la magnitud y efecto de estos manejos politiqueros, poco serios para el ejercicio democrático y la dignidad en la política.