Por Iván de J. Guzmán López

Algunos quebrantos de salud, me habían impedido escribir habitualmente esta columna hebdomadariamente; hoy la retomo, específicamente hablando sobre los temas que más me gustan: los libros, la lectura y la escritura. 

En un corto artículo de uno de mis autores preferidos, Hermann Hesse,  el poeta, novelista y pintor alemán, nacionalizado suizo en 1924, y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1946, titulado: Leer y poseer libros, escrito en 1908, se habla sobre los lectores y la lectura. Con sabiduría, el autor de inolvidables como Peter Camenzind, su primera novela, publicada en 1904, sumada a Demian, Bajo Las ruedas, El lobo estepario (entre otras diez); catorce libros de cuentos y ocho poemarios, afirma, en  algunos de sus apartes:

… “Todavía no se sabe lo que significa realmente poseer libros. Muchos se niegan a gastar en libros ni la décima parte de lo que dedican a cerveza y otras banalidades”.

En el fondo, todo lector auténtico es también amigo de los libros. Porque el que sabe acoger y amar un libro con el corazón, quiere que sea suyo a ser posible, quiere volverlo a leer, poseerlo y saber que siempre está cerca y a su alcance”.

“Para el buen lector, leer un libro significa aprender a conocer la manera de ser y pensar de una persona extraña, tratar de comprenderla y quizás ganarla como amigo. Cuando leemos a los poetas, no conocemos solamente un pequeño círculo de personas y hechos, sino sobre todo al escritor, su manera de vivir y ver, su temperamento, su aspecto interior, finalmente su caligrafía, sus recursos artísticos, el ritmo de sus pensamientos y de su lenguaje. El que quedó cautivado un día por un libro, el que empieza a conocer y entender al autor, el que logró establecer una relación con él, para ése empieza a surtir verdaderamente efecto el libro. Por eso no se desprenderá de él, no lo olvidará, sino que lo conservará, es decir, lo comprará, para leer y vivir en sus páginas cuando lo desee. El que compra así, el que siempre adquiere únicamente aquellos libros que le han llegado al corazón por su tono y por su espíritu, dejará pronto de devorar lectura a ciegas, y con el tiempo, reunirá a su alrededor un círculo de obras queridas, valiosas en el que hallará alegría y sabiduría, y que siempre será más valioso que una lectura desordenada, casual, de todo lo que cae en sus manos”.

“No existen los mil o cien “mejores libros”; para cada individuo existe una selección especial de los que le son afines y comprensibles, queridos y valiosos. Por eso no se puede crear una biblioteca por encargo, cada uno tiene que seguir sus necesidades y su amor y adquirir lentamente una colección de libros como adquiere a sus amigos. Entonces una pequeña colección puede significar un mundo para él. Los mejores lectores han sido siempre precisamente los que limitaban sus necesidades a muy pocos libros, y más de una campesina que solamente posee y conoce la Biblia ha sacado de ella más sabiduría, consuelo y alegría que los que logre extraer jamás cualquier rico mimado de su valiosa biblioteca”.

“El efecto de los libros es algo misterioso. Todos los padres y educadores han hecho la experiencia de creer que daban a un niño o a un adolescente un libro excelente y escogido en el momento adecuado y luego han visto que había sido un error. Cada cual, joven o viejo, tiene que encontrar su propio camino hacia el mundo de los libros, aunque el consejo y la amable tutela de los amigos puede ayudar mucho. Algunos se sienten pronto a gusto entre los escritores y otros necesitan largos años hasta comprender lo dulce y maravilloso que es leer. Se puede comenzar con Homero y acabar con Dostoievski o al revés; se puede ir creciendo con los poetas y pasar al final a los filósofos o al revés; hay cien caminos. Pero sólo existe una ley y un camino para cultivarse y crecer intelectualmente con los libros, y es el respeto a lo que se está leyendo, la paciencia de querer comprender, la humildad de tolerar, escuchar. El que solamente lee como pasatiempo, por mucho y bueno que sea lo que lea, leerá y olvidará y luego será tan pobre como antes. Pero al que lee como se escucha a los amigos, los libros le revelarán sus riquezas y serán suyos. Lo que lea no resbalará, ni se perderá, sino que se quedará con él y le pertenecerá y consolará, como sólo los amigos son capaces de hacerlo”.

Estos apuntes de ese corto artículo de Hesse, son un elogio magnífico al libro; un camino para el verdadero lector; una invitación a la tolerancia con uno mismo (no hay libro malo; lo que hay es un lector con deficiencias cognitivas, lingüísticas y culturales, que lo mantienen a raya), a la valoración del autor y a las riquezas que nos prodiga el libro, si en verdad somos capaces de incorporarlos a nuestro ser, al punto  de agregar valor a nuestra vida y al mundo que habitamos.

Estos pensamientos del magnífico pensador y escritor que fue Hesse, conocidos hace más de cien años, tienen plena vigencia, y explican, de cierto modo, la incapacidad de algunas sociedades, como la colombiana, para hallar alternativas y solución definitiva a problemas como las violencias, la pobreza, la inequidad,  el pensamiento pobre, la educación deficiente, y -en ocasiones- hasta torcida, que no nos permite crecer, y mucho menos encontrarnos como sociedad.