Por Iván de J. Guzmán López

Beatriz Eugenia Alzate Atehortúa, se nos fue de este plano terrenal, el martes 2 de abril de 2024. Fue una conmoción de cuerpo y alma la que nos invadió el resto de semana, y seguramente nos quedará para siempre su imagen menudita, ligera, alegre, llena de sonrisas, mientras prestaba el servicio de su humilde empleo con profesionalismo y un cariño inigualable, que ya se lo quisiera cualquier empresa del mundo para su personal, mucho o poco.

Usualmente, una columna de opinión destina su reducido espacio para escribir, ponderar o denostar de un hecho importante, un personaje de la vida nacional o una situación especial. Lo cierto es que Beatriz, en el estricto sentido que en Colombia denominamos “personaje”, no lo era; pero para mí y para las cientos de personas que atendía día a día, en especial los domingos, era el personaje que iluminaba y daba ese calor de familia (hoy tan escaso, en espacios comerciales) a quienes gozábamos de sus productos y de su atención en la cafetería de la querida parroquia de San José de El Poblado.

Alguna vez, ante la facilidad extrema que tenía Beatriz para servir con alegría; para hacerse querer de todos, sin distinción, vino a mi memoria una hermosa anécdota que leí en uno de los deliciosos y sabios libros del escritor español Samuel Vila Ventura:

La pequeña Sally había tenido un mal día. Al arrodillarse a orar por la noche, al pie de su cama, sentía pesar por ello y oró, diciendo:

—Querido Señor, quiero ser una buena niña. ¿No querrás ayudarme a conseguirlo de aquí en adelante?

De repente, se le ocurrió que esto podía ser una tarea dura aun para Dios, pues continuó:

—Pero, Señor, si no lo consigues al principio, pruébalo una y otra vez. ¿No querrás hacerlo?”

Siempre me admiré de que Beatriz Eugenia (Beatricita, como la llamábamos), nunca le tuvo que pedir a Dios que le ayudara a prestar un buen servicio; a ser humilde hasta en la mirada; a ser respetuosa, en las pocas palabras que usaba. Lo hacía de una manera tan natural, tan sencillamente que, estoy seguro, no tuvo que pedirlo al Señor.

Beatriz no era un gran personaje, a la manera como lo entienden muchos; pero, para las cientos de personas que frecuentamos el templo de  la parroquia de San José de El Poblado, fue un gran personaje. Estoy seguro que Beatriz nunca oyó el cuento aquel que le repiten a uno en Gerencia de Mercadeo, o leyó la definición repetida de ¿Qué es la calidad de servicio?: “Es un conjunto de estrategias y acciones que buscan mejorar el servicio al cliente, así como la relación entre el consumidor y la marca. La clave para ese soporte está en la construcción de buenas relaciones y un ambiente positivo, servicial y amigable, que garantice a los clientes salir con una buena impresión”.

Beatricita nunca sabía que poniendo en práctica la citada definición, haría que:

“De esta forma, el consumidor quedará feliz con el soporte y retornará con más frecuencia, porque obtuvo calidad en su transacción. Además de eso, ofrecer un servicio de calidad ayuda a corregir errores, ya que es posible identificar los momentos en que los consumidores necesitan más ayuda”.

Beatriz no era un personaje nacional; no aspiraba al senado, no era concejal, no era industrial, no aparecía en televisión, no se publicitaba con vulgaridades en realities. Beatriz era un personaje muy importante por su vocación innata de servir; era una persona muy valiosa para la parroquia y la comunidad porque, sin saberlo, era artífice de “buenas relaciones y un ambiente positivo, servicial y amigable, que garantizaba a los clientes salir con una buena impresión”.

Beatriz era un personaje muy importante para nosotros, y la prueba de este aserto, es que la comunidad de El Poblado la acompañó en gran número, el día miércoles 3 de abril, durante sus Exequias,  en la Capilla de Campos de Paz, donde fue inhumada.

Beatriz Eugenia Alzate Atehortúa, fue, para nosotros, más importante que cientos de personajes de la vida nacional; lo demuestra el lleno completo  del templo de San José, el jueves 11 de abril de 2024, cuando su párroco, el padre Luis Humberto Arboleda Tamayo, celebró una  Eucaristía en su memoria.

En una sociedad arribista como la nuestra (sin muchos valores, con tanto cálculo de ganancia y poca capacidad de servicio), necesitamos muchas Beatricitas que humanicen y nos unan como parroquia, como comunidad y como sociedad.

Un abrazo a doña Dalia, su hermana; y a doña Martha, su mamá, quienes continúan en el mismo espacio donde Beatriz sirvió con generosidad y amor por espacio de 20 años. Ustedes reciben el ejemplo de Beatriz, y representan la memoria de una mujer, esencia natural de sencillez, servicio y bondad.