EDITORIAL

Bien intencionados los gobernadores, pero, si en ejercicio de sus funciones no han podido imponer la Libertad y Orden en sus departamentos, mucho menos lo harán exhibiendo un escudo, gritando, parando, protestando y, lo peor, rindiéndose de sus responsabilidades funcionales de garantizar, ellos mismos, como gobernadores y jefes de policía, la libertad y el orden público dentro de sus territorios.

La Libertad y Orden en Colombia se han quedado en letras dibujadas en nuestro escudo y en las mentes de quienes recibimos clases de cívica en escuelas y colegios de mitad de siglo XX. Ya que desde esa época, la Libertad y Orden pasaron a ser la gran arma para imponer los flagelos del mercado político colombiano, y dentro de los flagelos han estado involucrados directa o indirectamente los mismos gobiernos y dignatarios de turno.

Colombia lleva más de setenta años sumida a las condiciones de Libertad y Orden que vayan imponiendo los grandes flagelos de cada momento histórico.

En los años 50, a la Libertad y Orden les echaron mano los partidos Liberal y Conservador como la más potente arma para llevar al pueblo a una vergonzosa violencia que, por demás, quisieron perpetuar, sin contar con que aparecerían otros poderes políticos aún más perversos, como los mafiosos, el narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo, el narcoterrorismo, la narco-guerrilla, etc.

Y así, llevamos otros cuarenta años, con gobiernos que tratan de buscar la Libertad y Orden en rincones que nada tienen que ver, pues sólo contienen sofismas, mentiras, suposiciones y complicidades, a sabiendas de que la Libertad y Orden fueron objeto de secuestro por parte de las grandes mafias de turno que –a pesar de que gobernantes y todo el mundo saben qué son, qué hacen, quién los dirige, quiénes son y dónde están–, durante ningún gobierno se ha tenido la valentía de acabar esos flagelos y, por el contrario, se les fue permitiendo permear completamente la institucionalidad colombiana, sin que a nadie le importara estar perdiendo la Libertad y Orden. Y esos flagelos se han incorporado ya al Estado, y el Estado, poco a poco los penetra, tolerando y viviendo el ambiente que ellos impongan, quedándonos sin quién cuide, busque o recupere el queso. Sin quién cuide, busque o recupere nuestra añorada Libertad y Orden.

Superada la violencia de los 50 y durante los últimos cuarenta años en Colombia, a cada flagelo se le encuentra correlación con gobernantes y dignatarios de turno, pero a través de cuentos e historias que llegan a la justicia, con imprecisiones y tardíamente, y sólo como efecto revanchismos o derrotas políticas en las elecciones y, siempre, cuando su solución no garantiza la recuperación de la Libertad y Orden, precisamente, por la velocidad a las que van los nuevos flagelos. Así, la violencia de los años 50 ha venido siendo explicada en los años 90 y como efecto de sucesos electorales. Recordemos los narco-casetes de Pastrana, que salieron a la luz pública a los tres o cuatro años de estar grabados y engavetados y salieron sólo cuando “se sintió robada” la Libertad y Orden en unas elecciones perdidas. Escándalos y más escándalos a gobernantes y dignatarios que, veinte o más años atrás, se presume hicieron parte de las mafias, pero que, en su momento, nadie dijo nada y hoy serían objeto de leguleyas que nada qué ver con la recuperación de la Libertad y Orden, pues ya este derecho fundamental ha pasado a manos de otros y otros flagelos de mayor potencia y con distintos gobernantes y con diferentes dignatarios inmersos allí.

Ahora, cuando se despierta y se siente perdida la Libertad y Orden, con motivo de los coletazos de las recientes elecciones, el Estado a través de la Justicia Especial para la Paz (JEP), pretende repetir la historia de los narco-casetes, queriendo descubrir la verdad de lo que sucedió hace 30 o 40 años, cuando esos flagelos ya fueron superados por otros que operan hoy y se miran de reojo y que son los que se embolsillan con más soltura esa Libertad y Orden, seguros de que las investigaciones y acciones en su contra no ocurrirán, por lo menos, dentro de veinte o treinta años, cuando ni ellos ni quienes les ayudan desde el gobierno existan ya. Y, así, sucesivamente…