El amor a la verdad nos lleva a no poder transigir con el error en la universidad, para lastimar la dignidad del estudiante.

Por: Luis Fernando Pérez Rojas

 De ordinario, como hemos visto, por el mismo espíritu crítico del universitario se tarda mucho en quedar convencido de qué es lo verdadero; el espíritu vacila, analiza y contrapone.  Pero cuando se ha alcanzado suficiente grado de convicción en algún punto, cuando se ha encontrado la verdad buscada, es muy difícil quedar impasible ante el error.  Esto no significa falta de humildad intelectual, sino que es simplemente el efecto enteramente natural de que la luz despeja las tinieblas.

La verdad reclama de suyo la congruente adhesión.  Cuando la verdad se deja poseer por alguien, fuerza a éste a ser leal a ella con todas las consecuencias.  Desde entonces, ya no puede dar lo mismo una u otra cosa, sino que sólo resulta válida la que es cierta.  Así sucede que el amor auténtico a la verdad es siempre un amor comprometido, genera un firme compromiso de fidelidad.  A nadie se le oculta que hay verdades de mayor trascendencia que otras, por lo que comprometen al hombre y la mujer en ámbitos más amplios.  A esta clase pertenecen aquellas verdades más profundas que se relacionan con el origen y el fin del hombre y la mujer, con el sentido que tiene la vida y toda la realidad con los deberes y derechos de la persona y de la sociedad.  La lealtad a estas verdades supone un constante compromiso en la conducta humana, que jamás debería ser traicionado.  Cuando se tiene la verdad, no es lícito ni siquiera un quizás; del mismo modo que no puede darse como absolutamente verdadero algo de lo que sólo se dispone de una más o menos alta probabilidad de certeza.

El compromiso personal con la verdad no permite al universitario, dar por bueno el error ni quedar ante él indiferente.  Sabe, por supuesto, convivir con quienes yerran, pero sin aceptar el error.  Respeta a quienes ve equivocados, mas se siente movido a ayudarles para que encuentren la verdad.  Para lograrlo, tiene bien en cuenta que la verdad no se puede forzar desde fuera, no se puede imponer violentamente; solo se puede mostrar, enseñar, hacer asequible, iluminar.  Y este es un importante aspecto del compromiso que genera la verdad: El afán de extenderla a los demás, de difundirla, de darla a conocer para que todos puedan gozar de ella.

La verdad, sin embargo, no es sólo algo digno de ser conocido e intelectualmente poseído, sino que ha de quedar incorporado de algún modo a la propia vida.  La vida, la conducta del hombre, ha de ser congruente con la verdad que se posee y en grado tanto mayor cuanto esta verdad sea más elevada y trascendente.  La debilidad humana explica a veces actuaciones incoherentes, negaciones prácticas circunstanciales de lo que más profundamente se requiere; pero en semejantes casos la deslealtad que ellas suponen queda patente a uno mismo, reclamando la consiguiente rectificación.  El buen universitario es incapaz de engañarse a sí mismo, de aceptar justificaciones falsas para actuar en contra de lo que entiende verdadero; no puede plegarse ante presiones exteriores políticas, sociales, religiosas o económicas; no se deja comprar ni vender su conciencia; si es preciso, firmemente arraigado a la verdad, va a contra corriente, sin que le arredre la abierta amenaza, ni la burla o el desprecio de los demás.  La verdad puede exigir muchas veces serios sacrificios y hasta la vida misma.

La “ironía” o “disimulo” de la verdad del universitario:

Cuando el universitario ha de exponer su parecer personal o aun la verdad que con firmeza posee, suele gustar de utilizar formas delicadas, más bien insinuantes, siempre respetuosas con otras opiniones.  No es amigo de emplear aseveraciones rotundas, directas, que no dejan lugar a la discrepanciaPor vigorosa que sea convicción, prefiere arrojar luz poco a poco, de modo que se pueda primero entrever y luego ver más claro, sin deslumbramiento; busca más sugerir que afirmar; facilitar posibilidades, puntos de vista, más que argumentos apodícticos.  Este estilo de exposición puede dar la impresión al interlocutor de vacilación, inseguridad o escepticismo; o incluso puede hacer pensar en falta de lealtad con las propias ideas, con las verdades que posee.  Pero de nada de esto se trata.

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                            Medellín, enero 14 de 2022