La justicia no puede entenderse como un constructo teórico, sino como un hecho de paz, verdad, justicia y libertad.

Por: Luis Fernando Pérez Rojas

Todo lo que miramos en esta navidad es turbio, desasosegado, con lo fecal sobrenadando en casi todas las vertientes.  La mentira, el engaño, la codicia, la corrupción, el crimen y el oro quieren valer más que los hombres y mujeres de bien, las criaturas más que su Creador y los gritos procaces más que la Oración.  La música, la poesía, los colores de navidad y del orden se rompen sollozantes contra la negra roca del desorden, el placer hedónico y los vicios letales.  Los gruñidos metales del orfebre se transforman en sórdidos puñales y los hilos para tejer banderas y manteles en horcas asesinas.

La palabra amorosa se volvió alarido, grito de venganza y la caricia se tornó en altanera bofetada.  Los bambucos ya no cantan al amor; los tiples y guitarras que arrullaban idilios campesinos han sido reemplazados por estridentes cobres que despiertan la lujuria.  El pudor ya no existe, sólo se aprecia un hediondo flujo de sexo desbocado y conductas antisociales que vuelven trizas la armonía social.

Las campanas de triunfo y alegría azotan hoy el aire con sólo tañidos funerarios de mucha gente inocente, porque los grandes criminales y secuestradores de la libertad gozan, hoy, de excelentes prerrogativas ante la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la Nación.  Los enantes clarines de dianas libertarias retumban broncos llamando a nocturnos convites de falsarios.  Los otrora vientos de bonanza son huracanes destructores de chozas, casas campesinas, grandes edificios y castillos.  Los licores y las drogas, fomentadoras de vicios, fermentan las venganzas y las copas de transparente cordialidad son hoy de turbio acíbar.  El cigarro calmado, ataráxico del abuelo, se volvió locura alucinante.

Las danzas de libélulas de rozagantes piernas femeninas tienen tan solo ritmos de fémures que chocan.  Las risas infantiles trocáronse en quejidos de hambre y de miseria, y las canciones de cuna en ayes o lamentos de desolación y desespero.  Las fuentes no cantan y las eólicas flautas se suplantan por metrallas de truenos infinitos en campos y ciudades.  Las noches no se alumbran por ninguna estrella y en la espesa oscuridad se ven danzar macabramente fantasmas de traición y crímenes.

La amistad, la sinceridad, el amor a las artes, a la ciencia y a la humanización, todo, está crucificado, dolorosamente clavado con enarboladas saetas de dicterios.  Todo lo que se mira es fango y sangre de inocentes coagulada.  Ya no hay amor, no hay paz, pues manda la injusticia.  Tal es el paisaje o canto macabro que se aprecia en una Colombia sin justicia, sin Dios, puesto que Dios es la justicia y esta es la paz y la bonanza en todos los estratos de la sociedad colombiana.

FELIZ NAVIDAD Y VENTUROSO AÑO 2022

 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                           Medellín, diciembre 24