Por: Briseida Sánchez Castaño.

Me despierto por primera vez tras un mes de estar dormido en la unidad de cuidados intensivos, abro los ojos, una mujer con traje espacial me dice, ¡ has sobrevivido al Covid, bienvenido de vuelta!, intuitivamente  tomo una bocanada de aire profunda por la traqueostomía, un orificio nuevo en mi cuello que da acceso a mi tráquea y que fue necesario hacerlo por el largo periodo que estuve conectado al aparato, esta primera inspiración tan desesperada como quien acaba de salir del océano hondo tras estar atrapado con una cadena cuya clave no lograba descifrar y tras mucho esfuerzo, aguantando la respiración,  al fin la encuentra y sale a la superficie después de muchos minutos de estar sumergido; estoy asustado, confundido,  mi cuerpo es otro, antes respiraba por la nariz, ahora por el cuello. Siento una gran debilidad, cada respiración la siento como un paso en la escalada de una montaña  empinada cubierta de nieve y sin bastón, tan consciente de respirar y del esfuerzo enorme que implica, sospecho de mis pulmones, ¡existen ahora para mí como nunca antes!, la enfermera me descubre mi cuerpo para bañarme con una esponja tibia, por primera vez me veo, mi cabeza parece desprendida del resto de mí, me sorprende la flacura y la fragilidad tendida allí sobre la sábana blanca, es mi esqueleto cubierto de piel, me impresiona la prominencia de los huesos, la blancura de mi piel, tan brillante y pálida,  dudo por un momento si la imagen del cuerpo que veo tirada sobre esa cama  me pertenece, esos brazos tan livianos y ajenos a mi cuerpo que veo cuando la enfermera me los levanta para pasarme la esponja jabonosa, mientras lo hace dice que soy un sobreviviente, que muy pocos pueden contar que han sobrevivido al Covid tras un mes de estar conectado al aparato, intento hablarle y no me sale la voz, me arde la garganta al intentarlo, no me salen las palabras, por un momento me pregunto si mis cuerdas vocales se me han dañado, la enfermera al ver mi deseo y mi imposibilidad para emitir sonidos me dice que quizá por ahora me costará hablar hasta que me cierren  el orificio en mi garganta por donde estuvo conectado el respirador. Durante el baño, la enfermera me explica que me retirará la sonda nasogástrica que va a mi estómago y por la cual me han venido alimentando mientras he estado dormido, al igual que el tubo que me ayuda a orinar. He sobrevivido, pero no me siento alegre, no soy capaz de levantar la mano , duermo casi todo el tiempo y tengo pesadillas, sueño con que el personal de salud me crucifica en la cama y me pega con clavos a ella, me despierto asustado, siento pena por mí y por el tiempo tan largo que he estado sin ser consciente de mí propia vida y de mi cuerpo, el efecto que me causa saber que estuve  muerto, frío, solo, inmóvil, abandonado en una cama con tubos que me traspasaban por todo mi cuerpo,  fui solo un pedazo de carne durante los treinta días, mi cuerpo expuesto y entregado completamente a la ciencia médica,  muriendo cada vez un poco más y teniendo una batalla con mi cuerpo dormido y luchando en mi torrente sanguíneo contra un virus que intentó matarme por pedazos, estuve muerto por un mes y las huellas de esa mortalidad solo las rastreo en mi cuerpo, me pregunto cuánto habré sufrido , ¿habré tenido frío?,  ¿hambre?, ¿ dolor?, ¿ cansancio?, ¿ a dónde se irán a guardar todos esos sufrimientos que padecí?, ¿si no los recuerdo, dónde están?, quizá en la tristeza y la melancolía insufrible y sin consuelo que ahora siento, me he salvado, soy un sobreviviente, tengo múltiples secuelas en los pulmones, los riñones y otros órganos vitales, y no siento la alegría de celebrar la vida, no soy el mismo del que tengo recuerdo, me falta el impulso vital, sé que he pasado por una experiencia innombrable, dolorosa, única, estar muerto durante un mes y volver con otro cuerpo y otro espíritu vital, la edad me ha pasado por encima. Soy un sobreviviente, estoy vivo otra vez ¿qué se supone que haga con eso?.