La fe es una cuestión personal, aunque no reducida a lo particular de cada uno

Por: Guillermo Juan Morado | Fuente: Catholic.net

 

 

Marta, la mujer que recibe en su casa a Jesús

“Entró Jesús en una aldea y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa”. La Liturgia escoge esta frase del evangelio según San Lucas como antífona de entrada de la Misa del día de Santa Marta. Marta aparece como la mujer que recibe en su casa a Jesús. El Señor acepta su hospitalidad y se alberga en aquella aldea, llamada Betania.

Si nosotros profundizamos en esta hospitalidad, vemos que tiene dos niveles. En un primer nivel, Marta recibe a Jesús en su casa. La vemos en la escena de Betania “atareada en muchos quehaceres”, seguramente para que todo estuviese bien dispuesto; para que el Señor se encontrase a gusto entre ellos y no le faltase de nada.

También nosotros debemos estar atentos a este primer nivel de hospitalidad. El Señor viene a nuestros pueblos y acepta hospedarse en nuestras casas. El templo, la iglesia, es la casa de los cristianos, donde el Señor acepta morar. En los Sagrarios de nuestras iglesias está Jesucristo realmente presente: “Una presencia —como explicó muy claramente el Papa Pablo VI— que se llama «real» no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su cuerpo y de su sangre. Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo” (MND, 16).

¡Cómo tenemos que afanarnos para que todo esté bien dispuesto para acoger esta presencia de Cristo! Nuestras iglesias deben estar limpias, ordenadas, bien arregladas, porque en ellas está el Señor. Los cálices, los copones, el Sagrario, los lienzos del altar han de estar preparados con el mismo amor y la misma diligencia con que Marta preparó su casa de Betania para hospedar a Jesús.

También los gestos y las actitudes externas han de acompañar esta disposición material de las cosas del templo. El Papa Juan Pablo II nos ha pedido a todos en este año eucarístico “fomentar, tanto en la celebración de la Misa como en el culto eucarístico fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, los movimientos y todo el modo de comportarse” (MND, 18). En lo externo se revela lo interno: en el modo de hacer la genuflexión ante el Sagrario, en nuestro silencio en la iglesia, en el saber arrodillarse para adorar a Cristo presente en el santísimo Sacramento del altar.

El acto de fe

Pero hay un segundo nivel de hospitalidad, que no anula el primero, sino que lo lleva a plenitud. Este segundo nivel aparece ejemplificado, en un primer momento, por María, la hermana de Marta, pero después también por la misma Marta.

Sabemos que Jesús hace un suave reproche a Marta: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 41-42). ¿Cuál es “la parte buena”, la parte elegida por María? Es la escucha de la Palabra del Señor. Es decir, acoger a Jesucristo no es solamente preocuparse porque todo en la iglesia esté en buen estado, sino también sentarse a sus pies para escuchar su Palabra, para escucharle a Él, que es la Palabra encarnada, el Logos de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.

Cada domingo, en cada celebración de la Eucaristía tenemos la ocasión propicia de acoger al Señor de esta forma: escuchando su Palabra; una Palabra de Verdad, de Vida, de Salvación.

Pero no sólo María escuchó la palabra del Señor, la Palabra que engendra la fe, sino también Marta. Es Marta la que proclama la fe durante el diálogo con Jesús, cuando se queja ante el Señor por la muerte de su hermano Lázaro: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27). Aquí, en el acto de fe, en el reconocimiento confiado de Jesús como Salvador e Hijo de Dios, llega a su máxima expresión la hospitalidad, la acogida de Jesucristo. Creer en el Señor es recibirlo en la propia casa y en la propia vida, convirtiéndolo a Él en el centro y el norte de la propia existencia.

Venid a la Eucaristía

En las oraciones de la Misa del día de Santa Marta pedimos al Señor “ser recibidos, como premio en su casa del cielo”. La Eucaristía, a la vez que nos da la fuerza para servir a Cristo en nuestros hermanos, hace realidad esta recepción nuestra en la casa del cielo, donde Cristo, el Señor, es nuestro anfitrión. La Santa Misa es prenda de la gloria futura, preludio del Cielo; es el Cielo en la Tierra. ¿Queréis saber cómo es el Cielo? Venid a la Eucaristía. Venid a gozar de esta presencia del Señor que es sacrificio agradable al Padre y banquete de comunión de los hombres con Dios: «¡Oh Sagrado Banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!».
TOMADO DE CATHOLIC.NET

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