Por: Balmore González Mira

Los hombres más poderosos del mundo se han caracterizado unos por la soberbia extrema y otros por saber dominarse entre no desbordar ese poder y mantener algún grado de sensibilidad hacia la humanidad.

El poder por lo general cambia la conducta, comportamiento y proceder de quién lo recibe, incluidos quienes han nacido poderosos y aquellos que no, pero que lo adquieren a través de sus acciones, unas buenas y otras no tanto, pero que igual lo ejercen en algún momento de la vida.

Dicen que las victorias son más efímeras que los fracasos, pero cuando aquellas son bien manejadas pueden ser más útiles y productivas para que se puedan convertir en un aporte importante para la sociedad. Los gobernantes en especial se deben a sus pueblos y deben servir con prontitud a las necesidades que estos demanden. Escuchar es una de las virtudes del ser humano y debe serlo más en el que dirige los destinos de una población. El gobernante que no escucha ni atiende consejos está más expuesto a equivocarse permanentemente. El diálogo popular con condiciones y reglas preestablecidas y ajustado a las normas legales y sociales siempre será el camino de las soluciones.

Cuando el ser humano está en la cima del poder se siente superior a todos a su alrededor, cuando el poder que no es infinito acaba, la sima siempre será el lugar que espera para ayudar a despojarnos de la soberbia.

El poder absoluto enceguece y por ello el mismo debe ser medido en el tiempo y en el espacio, por ello la sociedad moderna se ha organizado en protocolos de democracia para elegir por periodos a quienes han de dirigirlos, las dictaduras eternas no son precisamente los modelos a imitar, porque no respetan los modelos de sociedad; no hay igualdad, ni  leyes justas, ni  la participación ciudadana cuenta.

El poder tiene que ser dosificado y reglamentado, pues el desbordamiento del mismo nos lleva a la autocracia y tal vez a la desesperanza, que se convierte fácilmente en el fracaso de la organización social.

Una de las etapas más difícil de reacomodo del ser humano es cuando deja de tener poder y pasa a ser un ciudadano común y silvestre dónde debe acatar el ejercicio del poder que otros regentan, lo sabio es aceptar que el poder es tan efímero y temporal que al momento de terminarse, mentalmente también haya la aceptación de su extinción, de lo contrario quedarán frustraciones permanentes y apegos insuperables que llevan a la desesperación al ser humano, conduciéndolo a escenarios irreales como aquel que nos mostró aquella famoso película del actor que interpretó a Bolívar y se creyó el mismo personaje  y terminó diciendo “Bolívar Soy Yo”.

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