Por Iván de J. Guzmán López

Nelson Darío Roldán López, Comunicador Social-Periodista, Especialista en Pedagogía de la Virtualidad, Magíster en Educación, Director de Investigación e Innovaciones Pedagógicas e Integrante del grupo de investigación en Cibereducación de la Fundación Universitaria Católica del Norte, ya cumple 24 años de labor en esta bella Universidad, y es motivo  de orgullo en mi calidad de pariente y colega; y, claro está,  lo es para la Fundación Universitaria Católica del Norte, porque la ha representado con indiscutible autoridad ética, académica y profesional, a juzgar por las publicaciones y libros, resultantes de sus intervenciones en foros nacionales e internacionales, llevando la voz y el saber propio y de la Universidad.

La Semana Santa, que ha servido de motivo para nuestros encuentros en Liborina, el pueblo que nos vio nacer, fue el espacio para la anécdota y para que me contara de  la filosofía suprema de una niña de esa tierra bañada de sol y sembrada de amigos, de apenas 7 años, que preguntaba, ante la muerte de Jesús: “¡Por qué matan a ese señor cada año!” 

La pregunta infante y certera, que parece una simple ocurrencia verbal, un noúmeno que nos lleva hasta la fuente de la filosofía Kantiana, no es tal.  El noúmeno, en la filosofía de Immanuel Kant, es un término problemático que se introduce para referir a un objeto no fenoménico; es decir, que no pertenece a una intuición sensible, sino a una intuición intelectual o suprasensible.

¿Por qué matan a ese señor todos los años, y vuelve a resucitar año tras año?

En buena parte, la respuesta a la intuición sensible de nuestra paisanita de tan solo 7 años, nos la da  Martin Luther King: “Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.

La afirmación de King, es una queja por nuestra incapacidad para explicarnos el fenómeno a través de la Intuición sensible que, según la filosofía de Kant, es la forma que tiene el ser humano de conocer, ineludiblemente a través de los sentidos.

Nos hemos hecho insensibles, año tras año, antes y después de Cristo. No somos capaces de leer el mundo, y por ello, año tras año, centuria tras centuria, milenio tras milenio, repetimos las mismas vilezas, como en un mundo condenado y sin salida. Y así, matamos al Señor, día a día; año a año.

¿Por qué matan a ese señor, todos los años?:

Niña: porque no  hemos aprendido a vivir como humanos; como hermanos. Porque no queremos aprender la lección del maestro: porque no vivimos para hacer el bien. Porque seguimos traicionando al hermano, porque sigue la corrupción milenaria, porque “no es rentable” erradicar el hambre, porque las ansias de poder nos corroe el alma, porque la injusticia no nos conmueve, porque el dolor ajeno es ajeno, porque los gobiernos son para beneficio particular, porque el mundo no cambia, porque las monedas entregadas a Judas siguen circulando, porque los judas se reproducen silvestres, porque los Pilatos se multiplican,  porque los sumos sacerdotes siguen temiendo perder poder,  porque los Fariseos siguen activos, porque los Saduceos siguen siendo hedonistas, porque los Zelotes siguen engordando con la sangre y la violencia, porque matamos a nuestros niños, mujeres y hermanos. ¡Porque no hacemos el bien!

Por eso matan a ese Señor, todos los años, bella y sensible paisanita.

Estoy seguro, mi querido Nelson, que esto lo sabe nuestra paisanita, pero quiso ponernos de relieve, y enrostrarnos un poco (tal vez mucho) nuestra incapacidad para aprender las lecciones de Jesús de Nazaret,​ también llamado el Cristo,​ Jesucristo o simplemente Jesús.

Y así, de manera solapada, y matándonos los unos a los otros y nosotros mismos desde lo espiritual, lo matamos cada año, y Él vuelve a resucitar, en un esfuerzo para que veamos, para que oigamos; para que hagamos el bien, que tanto nos enseñó en su paso por la vida terrena.