Por Iván de J. Guzmán López

Hay otra pandemia más triste y mortal que la del covid-19. Para ella no existen protocolos, no riñe con el distanciamiento, no requiere tapabocas, no hay lavado de manos, no usa gel, no necesita alcohol, no exige vacuna alguna de los grandes laboratorios del mundo;  y sin embargo, está extendida en todo el planeta y mata a más personas que el propio covid. No goza de ninguna publicidad en la televisión, en los grandes periódicos del mundo, en las carteleras de las empresas o en los ministerios de salud; no aparece reseñada como peligrosa. La OMS no se ocupa de ella, no tiene a los ministerios de salud del mundo entero con el pelo parado. No le importa a la economía del mundo, no afecta las ganancias de los empresarios, no altera indicadores, no trasnocha a los industriales y no exige días sin IVA. No tiene a los magnates, artistas, presidentes, ministros, embajadores, clérigos diputados, representantes, senadores, presidentes o jefes de Estado en cuarentena. Se ensaña especialmente con los niños, los acaba lentamente y los mata de una manera infame, monstruosa, como si pesara sobre ellos una maldición. Se trata de la pandemia del hambre.

Se calcula que en el mundo pasan hambre 820 millones de personas; de ellas, 300 millones son menores de edad, son niños que mueren casi de forma anónima para la sociedad y que no concitan noticieros, cifras diarias, ni estadísticas mensuales. Simplemente, mueren.

En otro artículo publicado en este diario, titulado El hambre: pecado capital de la humanidad, con fecha octubre 31 de 2020, advertíamos: Siempre me han impresionado las cifras del hambre en el mundo. Debe ser por mi romanticismo acendrado y mi sensibilidad irremediable por la naturaleza, por los animales y por los asuntos humanos. Advierto, eso sí, que no encuadro ni poquito en la denominación de castrochavista y en ninguna de esas detestables militancias terminadas en “ista”, que solo instan a la ignorancia, a la mente cerrada, al caudillismo y al dogmatismo, que poco o nada construyen. La sensibilidad humana, en especial por nuestros niños, no debe tener color, partido o doctrina que esconda semejante dolor, tamaño pecado, magna responsabilidad ante la humanidad, que todos debemos sentir como propia. 

Y es que las estadísticas son dolorosas, más ahora cuando una pandemia de coyuntura como el covid, ha propagado exponencialmente el hambre por el mundo, pero pocos nos damos por aludidos. Y se hace más dolorosa si se la compara con la concentración de la riqueza, a tal punto que uno puede rotular el hambre, como un pecado capital de la humanidad.

Según la Organización Mundial de la Salud, OMS, en su informe El  estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado el 13 de julio de 2020, se estima que casi 690 millones de personas pasaban hambre en 2019, y según las previsiones del informe, la pandemia de covid-19 podría provocar, a finales de 2020, un aumento de 130 millones en el número de personas afectadas por el hambre crónica en todo el planeta, para un saldo doloroso de 820 millones de seres humanos soportando y muriendo del hambre. Esta estadística no la iguala el codiv-19, y por ello es necesario que desde las grandes instancias mundiales, a manera de como se hace hoy contra la pandemia covid, enfrentemos esta otra pandemia que (a diferencia del covid) se ensaña y mata a los más pobres, a los más desamparados, a los más desvalidos, como son los niños de los países con menos recursos.

El poema Paquito, un poema desgarrador y hermoso, del vate mexicano Salvador Díaz Mirón, es lo que se me viene a la mente a la hora de hablar del hambre de los niños:

“Cubierto de jiras, 

al ábrego hirsutas

al par que las mechas

crecidas y rubias,

el pobre chiquillo

se postra en la tumba,

y en voz de sollozos

revienta y murmura:

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva.

¡Qué bien que me acuerdo!

La tarde de lluvia;

las velas grandotas

que olían a curas;

y tú en aquel catre

tan tiesa, tan muda,

tan fría, tan seria,

¡y así tan rechula!

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva.

Buscando comida,

revuelvo basura.

Si pido limosna,

la gente me insulta,

me agarra la oreja,

me dice granuja,

y escapo con miedo

de que haya denuncia.

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva.

Los otros muchachos

se ríen, se burlan,

se meten conmigo,

y a poco me acusan

de pleito al gendarme

que viene a la bulla;

y todo, porque ando

con tiras y sucias.

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva.

Me acuesto en rincones

solito y a obscuras.

De noche, ya sabes,

los ruidos me asustan.

Los perros divisan

espantos y aúllan.

Las ratas me muerden,

las piedras me punzan…

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva.

Papá no me quiere.

Está donde juzga

y riñe a los hombres

que tienen la culpa.

Si voy a buscarlo,

él bota la pluma,

se pone muy bravo,

me ofrece una tunda.

“Mamá, soy Paquito;

no haré travesuras”.

Y un cielo impasible

despliega su curva”.

Qué triste y que retador es este panorama; por ello, causa indignación que este sea tema de campañas políticas de individuos sin escrúpulos, tanto de extrema izquierda como de derecha. Sin duda, este deberá ser tema de campaña, pero formulada con financiación, estrategias e indicadores claros para aquella o aquel candidato que Piense en grande, no para chapuceros y malandros de coyuntura electoral.

Ante esta realidad de carencia de alimentos para tantos en el mundo, ya no causa admiración las fortunas de unos pocos; unas, conseguida con esfuerzo; otras, con maquinación, intriga, embuste y garlito. Lo que se siente es lástima de tanto desperdicio y tanta acumulación, mientras millones de niños, hombres y mujeres, que tal vez se salven del covid-19, mueran mañana por  la pandemia, la que que no tiene protocolos, la que no tiene al mundo en ascuas, la que no trasnocha a los grupos económicos: la pandemia del hambre, la otra pandemia infame.