Por: LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS    

                                                     Los grandes educadores poseen un amor insobornable

                                                   a la honestidad, a la libertad, a la verdad y a la justicia.

El compromiso personal y profesional del educador antioqueño, en cualquier actividad en que interviene la comunidad educativa, el logro del objetivo que se pretende es reclamar, como es obvio, la ordenada cooperación y compromiso serio, y se constituye de manera responsable de cuantos toman parte activa en la implementación del Proyecto Educativo Institucional.  Sí así no fuera, si el trabajo de cada uno de los educadores no guarda relación sistémica con los demás miembros de la Institución Educativa, la probabilidad de alcanzar el resultado apetecido, en términos de la excelencia y calidad sería prácticamente nefasta.

La educación, hoy, en tiempos de pandemia por causa del Covid 19, reclama con mayor énfasis de educadores honestos, competentes, motivadores y visionarios con alma de MAESTRO; cooperadores y comprometidos con el objetivo misional del PEI.  Los educadores auténticos y genuinos son hombres y mujeres de una gran pasión por la enseñabilidad y se precian de ser garantes del aprendizaje; trabajan desde el deseo y, no simplemente, desde la necesidad.  Vibran con amor en las disciplinas de la pedagogía y experimentan felicidad viviendo para la educación como su mayor disfrute. 

Los educadores de formación ética y moral, jamás permanecen en la expectativa inmoral de pretender sin merecer, porque no es ético; todo lo contrario, su labor está arraigada y fundamentada en la virtud de merecer sin pretender, como la mayor expresión honesta al servicio de la educación.  En sus actividades profesionales los grandes educadores imprimen seriedad, responsabilidad y carácter a su quehacer educativo, se identifican como verdaderos hacedores en la formación integral de nuevos ciudadanos y, rechazan la actitud indiferente y burocrática de los mal llamados profesores de oficio

Los antioqueños tenemos claridad que en el escenario de la educación no pueden tener cabida los hombres y mujeres deshonestos, mediocres, indiferentes y topos en el ejercicio sagrado de educar la nueva generación que se levanta.  Es necesario comprender que en todos los Establecimientos Educativos del Departamento de Antioquia existen dos clases de educadores: A).  Los que se desempeñan en la excelencia y B).  Los que simplemente laboran con pereza, indiferencia y desgano, sin mística, sin compromiso, sin alegría, sin vocación y sin pasión, causando malestar, resentimiento incertidumbre, desequilibrios emocionales y desesperanza en los claustros escolares.

Los verdaderos maestros y maestras son aquellos que se esmeran por favorecer el desarrollo integral de la persona humana y la preparan científica y tecnológicamente para que puedan prestar un efectivo servicio en el curso del tiempo; luchan con ética y moral y con total entrega para que sus alumnos, en el futuro, sean superiores a su maestro.  La educación reclama de cuantos intervienen en ella un alto grado de sencillez, humildad, solidaridad, empatía y comunicación asertiva con sus alumnos; también reclama de una participación del modo de pensar propio de sus estudiantes sin adoctrinamientos ideológicos insanos y manipulación mezquina.  Este pensamiento puede ser evidentemente variadísimo en muchísimos aspectos, pero si la educación ha de dejar un sedimento que oriente en la formación de un criterio personal recto, científico, pedagógico, ético y honesto a sus estudiantes, en lugar de convertirse en siembra de perplejidad y confusión en sus alumnos, debe responder a principios congruentes con un modo común de entender la dignidad humana y sentido de la vida que se siembra desde las instituciones educativas en nuestro departamento.

La educación antioqueña, además, por su misma naturaleza, exige autenticidad y valores superiores, es incompatible con cualquier género de hipocresía, engaño, resentimientos, odios, violencia y alcahuetería; rechaza cualquier conducta postiza que no corresponda a convicciones interiores propias de un educador auténtico, con alma de maestro

Por todo lo anterior, el educador tiene que estar comprometido interiormente con sus propias convicciones, con la institución educativa en la que desarrolla su actividad directiva o docente con sus alumnos que ponen en él o ella toda su confianza.  Es así como tenemos que responderle al pueblo, al gobierno y a la comunidad educativa que nos ha confiado lo más sagrado de la familia: ¡sus hijos e hijas!, para orientar sus proyectos de vida y generar una nueva esperanza que nos permita creer en la resurrección de la patria.

Finalmente, los grandes maestros logran construir un nuevo proyecto de nación grande y fuerte; maestros que, por la verdad y el honor, saben resistir y soportar las adversidades que soportamos hoy.  Valientes que trabajan mientras otros lo hacen a medias, que se atreven cuando otros huyen física y sicológicamente: estos educadores son aquellos que siempre echan los cimientos de una nación y los elevan a volar alto en bien de la sociedad antioqueña.

 

Cordialmente, 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                      Medellín, agosto 8 de 2020