Por: Balmore González Mira

Hace muchos años recuerdo que los servidores públicos eran por lo general malgeniados y se creían de mejor familia que el resto de los humanos, incluso eran muy reconocidos los pocos que eran amables y educados. En muchos de los servicios del estado no se preparaba a las personas para atender con eficacia, eficiencia, prontitud, respeto y amabilidad a los usuarios. Había un dicho cuando se empezó a crear conciencia de la urgente necesidad de preparar, capacitar y educar al servidor público en buena atención al usuario y era que siempre se le decía que debía hacerlo como en el sector privado.

Las normas y comportamientos han evolucionado y hoy se ha convertido en una vocación el servicio público y se pasó de aquellas personas regañonas hasta en los hospitales de aquel entonces, a seres humanos llenos de afecto y sonrisas que ayudan en la curación de los pacientes, para dar un ejemplo. El otro caso muy recordado son los docentes cantaletosos y castigadores, con arañazos, palmadas y reglazos a diferencia de los que hoy forman con sabiduría y disciplina, que son los que realmente quedan en el recuerdo de los estudiantes.

Pero lamentablemente debemos decir que también existen  los servidores que eran como los de antes, los que se quedaron en el siglo pasado;  antipáticos y poco sociables, atienden sin gusto ni placer a las personas. Podríamos decir que son déspotas. Los que le buscan problemas a la solución y jamás la solución al problema, estos hoy son la excepción.

El día del servidor público debe ser útil para una reflexión generalizada sobre la importancia de que en los diferentes estamentos del estado haya personas capacitadas para servir, formadas en ser buena gente y con actitudes positivas hacia los usuarios que requieren de sus servicios.

Varias veces he escrito sobre este tema y los daños que ha hecho la carrera administrativa en algunos casos al buen servicio y si bien todos los días hay más garantías para los servidores públicos, también las hay para los usuarios que no son bien y eficazmente atendidos por los funcionarios que catalogamos para el olvido.

Ser servidor público, cómo dice un viejo adagio, es un honor que cuesta, pero sobre todo es un gran honor, una responsabilidad y un placer, para poder servirle a la comunidad.

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