“Lo grave del asunto no es solo que la verdad sea deformada y/o maltratada, para lanzar mensajes subliminales falsos y confundir la opinión, diciendo cosas totalmente ajenas a la realidad, sino que lo más triste e incomprensible, es que hay un público ávido y hambriento de ese tipo de noticias…”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Un fenómeno que siendo de carácter mundial, fue conocido inicialmente en nuestro país como “matoneo o acoso escolar”, producto muy seguramente de la naciente maldad y maledicencia que suele legarse, por algunos mayores a las nuevas generaciones, desde temprana edad y que ha causado, por el inmenso daño sicológico que puede producir entre quienes lo padecen (niños, sus padres y entorno familiar y escolar), ha trascendido –infortunadamente- en nuestra Nación a otras esferas y prácticas sociales y de manera protuberante en la política, haciéndose cada vez más común y eficaz para lograr propósitos que sin esas perversas manías serían imposibles de lograr.

Debo recordar –para afianzar esta tesis- que fue precisamente Jorge Franco Ramos, gran escritor colombiano, autor entre otras obras de El Mundo de Afuera (novela ganadora del Premio Alfaguara 2014) y de Rosario Tijeras, trabajo por el que es reconocido universalmente, el que dijo que Colombia “es un semillero de historias que te confrontan, te sacuden cada día y te despiertan todo tipo de sentimientos” (indiferencia, odio, temor, venganza, miedo, etc.), aludiendo en su composición literaria a la terrible realidad de descomposición social y política que ha padecido nuestro país desde tiempos inmemoriales. Sembrar discordia, odio y deseos de venganza contra quienes no nos gustan (contra el prójimo, dice la Biblia) o no comparten nuestras maneras o formas de pensar o de ser, pareciera que se ha vuelto caldo de especial cultivo en nuestra Nación.

Es tan dramática la situación que ya pareciera que se nos ha hecho normal que como estrategia para adquirir un logro o alcanzar las metas propuestas, puedan acontecer todo tipo de artimañas, entramados, comentarios, malintencionadas noticias, injurias y/o hasta calumnias contra quienes de alguna manera pudieran resultar siendo un obstáculo en la consecución de dichos fines y que lo extraño fuera que estas cosas no sucedan. Ello ha hecho inclusive que –increíblemente- hubiéramos desbordado nuestra capacidad –individual y social- de asombro frente a la fealdad o crueldad de las cosas que a diario ocurren en nuestra maltrecha patria, como la prueba más contundente del mal estado y la sorprendente degradación a la que ha llegado nuestro “sistema democrático”, político y comunicacional. Nuestras comunicaciones están envueltas en sofisticados y peligrosos mecanismos y estratagemas (yo diría conflictos de interés) para la degradación de la verdad, la cual se presenta – por muchos medios y/o portadores, de conformidad al interés personal, económico o empresarial dominante. “Aquí en Colombia la verdad se la acomoda como usted la necesite, lo importante es que tengas el suficiente poder (político, religioso, económico, etc.) para comprarla”, decía un elocuente contertulio, en una conversación que al respecto se originó entre varios amigos que departían al calor de un buen tinto, en uno cualquiera de esos agradables municipios que suelo visitar en el Suroeste Antioqueño.

Lo grave del asunto no es solo que la verdad sea tergiversada y/o maltratada, para lanzar mensajes subliminales falsos y confundir la opinión, diciendo cosas totalmente ajenas a la realidad, sino que lo más triste e incomprensible, es que hay un público ávido y hambriento de ese tipo de noticias, que las recibe y las cree sin ningún tipo de ponderación o tamiz, y las difunde –con ánimo dañino- como si se tratara de una verdad absoluta e irrefutable. Es este fenómeno una de las degradaciones más siniestras y peligrosas que se están volviendo muy comunes en nuestra sociedad y, se han estado arraigando en el ejercicio político, en la psicología de la masa social y, especialmente, en los procesos político-electorales. Es otro aterrador y maligno vicio que empieza a hacer carrera y de manera dramática e incontrolable al interior del quehacer político y electoral colombiano.

Con esas insanas prácticas, con las cuales se busca atacar la dignidad, el buen nombre, las ideas y/o los proyectos de las personas, que quedan totalmente inermes e indefensas ante este tipo de crueles y mezquinos ataques, por ser ocultos, anónimos, calumniosos e inesperados y, en muchos casos, suelen estar disfrazados de hipocresía o de múltiples facetas que impiden o dificultan conocer su origen y a sus verdaderos autores. Con estas denigrantes “tácticas” se logra engañar a mucha gente que desprevenidamente, ante estos procesos de masificación informativa, no logran apreciar o distinguir las verdaderas intenciones y los altos contenidos de picardía y maledicencia que llevan consigo -intrínsecamente- este tipo de perversas informaciones (difamaciones). Además de que se acaba con la vida o mejor con los proyectos de vida de mucha otra gente que han sido víctimas (o pueden llegar a serlo) de este tipo de atropellos o de Bullying, ante una sociedad inerme, incapaz de ponerle freno a este tipo de humillaciones y que es muchas veces cómplice silenciosa de este terrible y sofisticado accionar delincuencial.

* Especialista en Desarrollo Social y Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.