Por: Luis Fernando Pérez Rojas 

La educación es un tesoro para los hombres y mujeres comprometidos con la defensa 

de los derechos humanos, la paz, la justicia, la libertad y la verdad.

Urge promover una consciencia de la paz real y esperanzadora hacia los años venideros, para la construcción de un nuevo proyecto de nación en Colombia.  El reto que se propone la educación para la paz es promover una nueva consciencia colectiva que esté inequívocamente, y sin condiciones, a favor de la vida, de la paz, de la libertad, de los derechos humanos, de la justicia y la verdad.  Es un reto que por su magnitud e importancia no admite la impaciencia ni la espera.  Desvelar esa conciencia que yace en el fondo de nuestros corazones pero que apenas ha emergido todavía, promover esa aparición progresista de lo mejor de la humanidad, es el itinerario que conduce hacia cotas más altas de humanidad.  Ese camino a recorrer es el lugar itinerante desde donde desplegar todas las potencialidades de diálogo, concordia, armonía, respeto, cooperación y paz aun desplegadas, pero que ya son imaginables, y aquellas que desde el presente no alcanzamos a imaginar.

El ser humano forma parte de un largo camino evolutivo.  Como especie social se va desprendiendo de los comportamientos que todavía le impiden el acceso a formas más fraternales y más justas de organización social.  Formas que son sugeridas por la propia consciencia, porque el ser humano no constituye solamente una especie social, como las hormigas o las abejas, sino también, y de manera distinta, una especie moral, es decir una especie que es capaz de distinguir entre el bien del mal y que aspira a ello, para los próximos tiempos en los cuales abrigamos la esperanza de aprender a vivir mejor.

No cabe duda de que la educación, desde el preescolar hasta la universidad, es un factor de gran importancia en la formación de la consciencia colectiva y de ahí que sea importante en las instituciones educativas, sin exclusiones, y se tengan planteamientos claros de los fines y los métodos respecto al tema de la educación para la paz y los derechos humanos.  Se trata, sobretodo, de educar aquellos comportamientos de base que hacen que las personas mantengan actitudes de profundo respeto hacia los demás como son, entre otras, el respeto a la vida, la salud y el bienestar, a las posiciones e ideas no compartidas sin renunciar a las propias, a los débiles y a los forasteros. 

Se trata también de educar en el entendimiento y la cooperación, en la convicción de que los conflictos pueden ser solucionados mediante el diálogo y de que la solución dialogada es, en realidad, la única aceptable.  Se trata también de transmitir la convicción de que nuestro mundo es muy complejo y que sólo la inteligencia humana, empeñada en conocerlo y aplicada al diálogo, puede solventar los problemas.  Hay que educar, en definitiva, en la paciencia creadora, sabiendo que los procesos sociales requieren tiempo y en la valoración de la trascendencia de las aportaciones humildes y anónimas a los grandes procesos de la humanidad.

Educar para la paz y los derechos humanos no es solamente hacer concebir en los educandos el deseo de alcanzarla, sino también educarlos de tal manera que creen en su espíritu las actitudes que la hagan posible.  Se trata también de hacer conocer los fines educativos y los métodos utilizados para conseguirlo.  No se puede educar para el diálogo desde el autoritarismo, ni promover el respeto desde la arbitrariedad, ni educar desde la inconsecuencia y la incoherencia.

Finalmente, conviene tener en cuenta que el hogar, la escuela, el colegio y la universidad no son la única instancia formativa para los niños y jóvenes.  Aun siendo muy importante su influencia, también son esenciales los medios de comunicación, el medio social y, claro está, la familia, en especial.  Todos esos factores tienen una gran importancia en la formación integral de los alumnos.  Los educadores, por consiguiente, deben practicar la paciencia creadora; es decir, actuar con el convencimiento de que los resultados de su actuación serán importantes a mediano plazo, pero, probablemente, no inmediatos.  La paciente constancia en el empeño de educar ha de ser distintivo del educador y más si ese educador pretende encaminar a sus alumnos por el sendero de la cultura de la paz, un proyecto todavía no consolidado en la consciencia colectiva de la sociedad colombiana y de las instituciones educativas que tienen el serio compromiso de formar ciudadanía en la nueva generación que se levanta.

FELIZ NAVIDAD

 

LUIS FERNANDO PÉREZ ROJAS                                           Medellín, diciembre 11 de 2021