Por: Balmore González Mira

Dentro de los propósitos del nuevo año son múltiples y variados los pedidos,  habrá unos materiales, otros más espirituales. Los hay de corte saludable y otros más ambiciosos y hasta en el camino de la lujuria, pero siempre habrá unos  que todos los padres  deberíamos trazarnos en la vida y es hacer hasta lo imposible para que los hijos sean las mejores personas del mundo. Tal vez no perfectos, pero buenos, y ahí es donde radica la esencia y la diferencia conceptual.

Una frase me llamó la atención, “No pensemos en dejar un mejor planeta para nuestros hijos, pensemos en dejar unos mejores hijos para el planeta“. La infinita sabiduría que ella contiene me llevó a divagar por otras reflexiones que dejo plasmadas como un aprendizaje diario que solo lo permite las equivocaciones constantes que cometemos como hijos y que queremos corregir como padres; no debemos luchar para que nuestros hijos  tengan fortunas, si no para que sean afortunados. No es educarlos para que sean importantes, lo importante es que sean educados. No se trata de hacer que los respeten, es buscar que ellos hagan del respeto su forma de vida. No es buscar que tengan salud, si no que su vida sea íntegramente saludable.

No hay que inyectarles dosis de moralidad, hay que hacer de la moral un irremplazable en sus vidas. Debemos enseñarles con el ejemplo qué es la ética para que las clases de ella no caigan en tierra estéril.

Hay que enseñarles siempre que el camino más corto no siempre es el más productivo; que el dinero fácil  es el que más dificultades produce.

Sobre los vicios dicen los sabios, hay que enseñarles que uno solo es mucho y que varios son desaprovechar la vida.

En el amor y el desamor saben más los padres por progenitores que por viejos y que cualquier consejo de ellos siempre llevará al mejor puerto. No hagamos que los hijos cuenten todo lo bueno que hagan por el prójimo, si no que dejen que el prójimo cuente que tan buenos actos tus hijos han hecho. Frente al odio, enseñarles que es dañino, a tal punto que quien lo siente sufre solo y vive sólo para ello. En la envidia decirles que jamás la sientan, es mejor que la despierten por el solo hecho de ser buena gente. Evitar que crezcan en la codicia, y que es mejor que sean codiciados. Enseñarles sobre el daño que genera la avaricia y que es proporcionalmente inversa al despilfarro. Que tanto los excesos como los defectos producen resultados negativos.

Esta puede ser una posible forma de prepararlos  para el día que vayan a ser padres, ya que nadie nos preparó nunca para ser buenos hijos.

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