Por: Balmore González Mira

Si realmente pensamos en el sentido de la conmemoración de cada día clásico, el de los campesinos podría estar por encima de cualquiera otra. Sin duda alguna el soporte de la alimentación del mundo está en sus manos y por ende, con ello, se ha garantizado la subsistencia en estos difíciles días que está viviendo la humanidad.

La pandemia tiene que dejar una reglamentación especial para este sector, si de verdad somos sensatos, que no sea que nos pase como en la celebración del día de las madres cuando en las mañanas son las más apreciadas y valoradas, y en las tardes de ese mismo día de mayo, el regalo es la espantosa cifra de peleas, violencia intrafamiliar y muertes que se haya visto, borrando de tajo con el codo, lo que se hace con la mano.

La celebración del día del campesino en nuestro país  no pasa de entregarles unas herramientas de mano para labrar la tierra, como si a nuestras madres les encantaran las máquinas de moler o las ollas a presión. No, la celebración debe constituirse en una verdadera y válida razón de reconocimiento a la labor más dura, mal paga y a veces despreciada por algunos ignorantes círculos de la sociedad.

La oportunidad que nos entrega la pandemia de hacerle un verdadero reconocimiento a los hombres y mujeres que diaria y religiosamente son  laboriosos en el campo, se podría enmarcar en dictar un decreto de emergencia, considerado por los juristas, con fuerza de ley, para que en una forma de dinamizar la economía local de los casi 1.000 municipios de quinta y sexta categoría del país, haciendo justicia con el sector agropecuario, al cual los recursos de inversión que les llega año a año son muy escasos, se les reconozca su agotadora tarea; decreto en el cual se establezca como un piloto económico pospandemia, que se suspenda el pago del servicio a la deuda de estos municipios por un año y que esos recursos sean para destinarlos única y exclusivamente al sector agropecuario, en su totalidad. Con ello no se quiebra ninguna entidad ni pública ni privada y es la gran oportunidad de que el sector financiero compense un poco de los abultados rendimientos anuales a la maltrecha economía que ahora apenas empieza a tocar los días más difíciles.

Estos recursos le vendrían muy bien a las administraciones municipales y de perlas a nuestros campesinos, con ello se podrían hacer inversiones en las necesidades más básicas del sector, patrocinar siembras, semillas, abonos, cadenas de producción, de comercialización y hasta de subsidiar días de trabajo de los hombres del campo que soportarían el sustento de sus familias mientras cogen las cosechas. Nuestros campesinos trabajan muy duro, son los responsables de que a nuestras mesas lleguen los sagrados alimentos y son los más mal remunerados. Es hora de celebrar con ellos un verdadero día clásico y no un simple aplauso anual, nada productivo ni justo, con su extraordinaria tarea.