Por: Balmore González Mira

Me animo a escribir esta vez sobre los temas del título, para reflexionar sobre lo que debe ser y cómo deber un servidor público.

Cuando les enseñaba a mis alumnos de la cátedra de Ética jurídica en la facultad de Derecho, siempre comenzaba la primera clase de cada semestre con el discurso sobre la responsabilidad de ser un servidor público, sobre todo lo que significa que un nombramiento y un juramento de posesión logran crear en la investidura de tal en un ser humano. Pero sobre todo de la vocación del servicio y del comportamiento del servidor. Los títulos muchas veces le estorban a la gente  para atender bien a los usuarios que necesitan de las acciones de ese servidor. Recuerdo que les contaba lo que para mí significaban muchas veces las entrevistas de empleo, en las cuales los aspirantes a cargos decían saber de todo, demostraban hacer de todo y manifestaban que poco o nada le importaban los horarios, pues la meta era servir a los ciudadanos. Las entrevistas poco o nada determinan si un ser humano será bueno o malo cuando se le entrega el cargo de servidor. En pocos días unos muestran ser mejores que en las entrevistas, y otros se comportan de la peor forma posible, dejando claro que el ser humano en una entrevista solo dice lo que le conviene y no realmente lo que es. Las aptitudes muchas veces distan largamente de las actitudes y esto termina por lo general en un conflicto de insatisfacciones e incompetencias que llevan al traste con el servicio público. Servidores que poco o nada les importa llegar a sus despachos tarde, así haya una fila de personas esperando, que destinan poco tiempo a sus actividades laborales y que están pendientes del reloj, eso sí, para salir muy cumplidamente. Al hacérseles una observación, también se enojan. Tras gordo hinchado, como decían los abuelos.

Existe también la creencia que por tener más títulos son imprescindibles y que pueden maltratar a los usuarios más humildes, pero los hay peores y son aquellos del famoso “usted no sabe quién soy yo” y hasta los borrachitos que poco le aportan a la cultura ciudadana que representan. Encopetados servidores que con las agendas vacías se hacen esperar para parecer más interesantes o más importantes; los hay también que dilatan las decisiones y no son pocos los del llamado “nada se puede, porque la ley no lo permite…”

Los comportamientos dicen mucho de la responsabilidad de un servidor, las borracheras continuas que terminan en escándalos, agresiones y otras tantas conductas reprochables eran condenadas en el siglo pasado con destitución fulminante, hoy son analizadas como una enfermedad que debe ser tratada solidariamente al que la padece, sin importar que deje en el camino víctimas, agresiones y hasta injuriados y calumniados, que finalmente dejan de serlo y hasta los convierten en los victimarios y son revictimizados, pues nada raro que si allí estuvo involucrado un agente de la fuerza pública, tratando de poner orden, resulte destituido por haber hecho un escándalo público y haberle dañado la carrera política al borracho irresponsable que lo agredió.

No se nos puede olvidar que existen horarios de atención, pero el ciudadano que es investido como servidor público, lo es las 24 horas día y los 7 días de la semana. Buen comportamiento y responsabilidad es lo mínimo que se le debe exigir y lo poco que él debe dar.