EDITORIAL

La polarización acaba más amistades que la pandemia

La pandemia trajo consigo un egoísmo absoluto entre amigos, como efecto del temor al contagio. Cuando uno sabe que alguien tiene virus, hasta allí llega la amistad y el interés en hablar y reunirse. Por lo menos, esta situación tiene una causa muy bien definida: el miedo a contagiarse y, con ello, contagiar a sus seres queridos o a otros amigos.

Pero más grave aún está ocurriendo en la política en Colombia, pues se ha generado un egoísmo mucho más peligroso e injustificado, como efecto al temor a quedar atrapados en las redes de la polarización.

La polarización está en manos de dos partidos políticos que, por sí solos y sumados, no llegan al 10 % de la población habilitada pata votar. Grupo proporcionalmente pequeño, como el virus. No obstante, mantienen atemorizadamente dividido al país en dos. Y lo peor: empujan y trabajan apuntando a que la polarización no se acabe nunca, porque desaparecerían como partidos, pues hoy, la polarización es su única razón de ser.

Ese porcentaje mínimo que procura la polarización actúa socialmente como esos toros bravos que nunca han sido toreados. De lo que se pretenda hablar, ellos tienen la fórmula para conducir haciendo caer en el tema de política, para defender lo que esté en la luz pública en contra de su correspondiente polo (derecho o izquierdo) y atacar lo que favorezca al otro, porque, entre sí, los dos creen estar sumando el 100 % de los colombianos. Pues quien no esté de acuerdo con ellos, es porque simpatiza o está o pertenece al otro bando, desconociendo la existencia del otro 90 % de colombianos con quienes todavía se puede tratar, conversar de temas distintos a la política y que da gusto encontrarse, pues aquí la relación se da en un ambiente de respeto, decencia, cordialidad, familiaridad, paz y solidaridad.

Los polarizados, ante la primera sospecha de que no se simpatiza allí, sin que uno termine de exponer la idea, se muestran ser muy fuertes, estar muy bravos, apuntan con el dedo índice de la mano derecha y empuñan la otra mano, como despidiéndose o, de permitir que uno se quede, es exponiéndose a lo peor. Y, si lo que el interlocutor quería, por ejemplo, tratar un posible negocio, pues hasta ahí llegó la idea, porque el polarizado cierra toda puerta de inmediato. No le gusta nada con el que no esté en su grupo. El comportamiento es idéntico en ambos lados, en el derecho y en el izquierdo. Lo que tienen de feroces en la entonación los de un polo, lo tienen de vulgaridad en la expresión los del otro y viceversa: ambos se creen los más forzudos, fuertes, valientes e invencibles, y los que más información e inteligencia del Estado tienen.

La polarización en Colombia nos puso a vivir al 90 % restante al mejor estilo de la violencia de los años 50, épocas en las cuales nuestros padres tenían que investigar previamente, a una cita o encuentro que debía cumplirse con alguien, si se trataba de un liberal o de un conservador. Pues quien cumplía citas o encuentros de sorpresa, salía de la reunión desengañado, herido moralmente y muerto del miedo, cada vez que el otro era de la otra filiación política. Con el agravante de que en esa época la polarización era prácticamente oficial, pues no la hacía el 10 % como hoy, sino el 100 % dividido en dos partes, más o menos iguales en promedios geográficos.

La polarización, similar al coronavirus, entonces, acabó con las entretenidas y decentes tertulias en las que se analizaban decentemente situaciones familiares, negocios, fiestas, relaciones sociales, económicas, de orden público y, algunas veces, situaciones específicas de la ciudad, el departamento y la nación y, cuando fuera del caso y si sobraba tiempo, se contaban y celebraban chistes y se debatían decente y libremente asuntos de política.  

El virus va ya en la vacuna. La polarización no va ni siquiera en el tapabocas.

1 Comentario

  1. Muy entretenido su artículo señor Director. La polarización en tiempos de Covid debería girar hacia otros extremos.

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