Nuestro grande, Crescencio Salcedo, que muchos no saben quién es, pero que no dejan de cantar sus composiciones.

Por: Emperatriz Echeverry Arenas

Hoy quiero hacerle un homenaje y reconocimiento a un gran compositor y músico colombiano, ignorado y desconocido por muchos, que cada año, el 31 de diciembre en todos nuestros hogares bailamos y disfrutamos una de sus tantas  canciones. “EL AÑO VIEJO“.

CRESCENCIO SALCEDO MONROY. Nació el 27 de agosto de 1913, en Palomino, corregimiento de Pinillos, Departamento de Bolívar. Temerario, pícaro, travieso, pero obediente, nunca fue a la escuela, vivió feliz al lado de su abuelo quien lo inició en las artes de la cacería, ganadería y agricultura; de ese profundo amor por la naturaleza, quedó el “rastrojito “un bello bambuco.

En su juventud trabajó vendiendo telas al lado de un comerciante y en esas se hizo marinero,  en esa vida trashumante se dejó hechizar por la música presente en las fiestas populares, más que todo navideñas, encuentros entre barrios, con tambores, tamboras, entre el río y las labores del campo, entre el jolgorio frenético y la conversa silvestre empezó a escribir canciones y a construir sus propios instrumentos. Hacía las “flautas y “gaitas” a su antojo, poco a poco obtuvo su propia técnica, más un poco de maestría. Se hizo yerbatero, con el aprendizaje de los indios guajiros, y luego decidió viajar por la costa atlántica, por Bogotá, probando fortuna, para finalmente establecerse en la ciudad de la bella primavera, Medellín, de mis amores, ciudad innovadora, de gente trabajadora, buena y honesta; eso fue para la época de los sesenta.

Famosas fueron sus canciones que se atribuyeron algunos ventajosos y oportunistas. Nombraré algunas que muchos hemos escuchado, bailado y cantado: “La múcura“, ” Nunca olvido el año viejo“, “El hombre caimán“, “Mi cafetal”, ” La varita de caña”, “Santa Marta y Cartagena”, “Tipicismo”, una de mis preferidas.

La figura del flautista es icónica, (pondré su fotografía), camisa blanca impoluta, pantalón de lino café, sombrero vueltiao, mochila terciada, una flauta en sus manos, en su brazos una gaita, y sin zapatos. Así se inmortalizó en la portada del disco “Tipicismo“, publicado por Codiscos a finales de los 70.

Este talentoso compositor, creador y músico es una leyenda nebulosa, casi tullido, como un mendigo expuesto a la caridad pública, nunca ha sido reconocido, se sentaba en la acera de la repostería “El Astor”, avenida Junín, de la ciudad de Medellín, a vender sus flautas y gaitas. Una vez se topó con el poeta colombiano Manuel Hernández, quien conmovido por la historia de ese desvalido hombre, logró que Artesanías de Colombia le comprara algunas de sus flautas, dinero que llegó 15 días antes de su muerte, el 3 de marzo de 1976, tenía 63 años, murió de cáncer. Nunca le gustó, la fama, el dinero y mucho menos los derechos de autor.

Todos hemos bailado sus auténticas ritmos musicales, y seguirán haciéndolo de generación en generación, porque cada hogar colombiano y del mundo, en diferentes versiones e idiomas, se escucha al finalizar el año, esta canción pegajoso y alegre, con nostalgia, por todo lo que ha significado los 365 días del año, que culmina, colmado de buenos y malos momentos.

Gracias a Crescencio este hombre humilde, trabajador, honesto, talentoso, inteligente, recursivo, humano, tenemos un legado musical que perdura para siempre. Este ilustre y gran hombre, es uno de los juglares más extraordinarios de la cumbia colombiana.

Desde el cielo, CRESCENCIO SALCEDO, seguirá alegrando los corazones de los nuestros. Paz en su tumba. Gracias Crescencio.

No sé por qué razón, la Secretaría de Cultura, jamás ha hecho un reconocimiento a este gran ” Señor”, que murió en la pobreza, carente de todo.

Una anécdota de Crescencio, sentado vendiendo sus flautas, se le acercó una encopetada señora, y le arrojó una moneda, de inmediato se paró, le devolvió la moneda, diciéndole… “Respete, no soy un mendigo, vendo flautas”.                                            

Emperatriz

Nuestro grande, Crescencio Salcedo, que muchos no saben quién es, pero que no dejan de cantar sus composiciones.