La Pascua nos invita a estar en Paz con Dios, pero también –como buenos ciudadanos- con el prójimo, con nuestras familias, con nuestra sociedad y Estado, a cumplir cabalmente con nuestros deberes y responsabilidades”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

Cuenta la historia que antes de la vida y muerte del gran maestro Jesús, la Pascua era la fiesta con que los Israelitas y, entre ellos, el pueblo judío, conmemoraban su liberación del imperio egipcio, después de haber sufrido largos años de cautiverio, trabajos pesados y sólo utilizados en labores serviles y como esclavos, salen de allí y empiezan el largo peregrinaje -el éxodo- en busca de su Mesías, de la tierra prometida, con la esperanza de encontrar una vida mejor.

Acontecido el trágico y aleccionador insuceso que diera al traste con la vida de su maestro y máximo guía espiritual, el pueblo Cristiano renueva sus creencias y empieza, con la Pascua, a rememorar y celebrar el misterio de la Resurrección; esto es, la vida después de la muerte, es uno de los actos de fe más sagrados y respetados por el pueblo cristiano, dentro el cual obviamente está el católico.

Immanuel Kant, que fue –tal vez- el filósofo más destacado de la Ilustración y el primero y más importante representante del Cristianismo en Europa, se refiere al advenimiento de la Resurrección como “aquello que nos está permitido esperar cuando hemos cumplido con nuestro deber”.

En todo caso este trascendental acontecimiento religioso nos debe abrir el camino a una reflexión sobre nuestro papel en la sociedad y familia. Debe ser instrumento útil para que desde el punto de vista que le miremos, apreciemos la significación que tiene hacer un peregrinar productivo durante nuestra existencia, para que nuestra vida sea realmente digna y conduzca también a honrar la de quienes nos rodean y que con nuestros actos busquemos siempre restituir la dignidad humana en medio de un mundo escéptico y confuso que ha encontrado mayores atractivos en lo material que en lo espiritual, donde se presta mayor interés a lo banal y oropélico que a lo importante y trascedente para nuestro proyecto ético y misional como seres humanos.

La fiesta de la Pascua nos invita a estar en paz con Dios, pero también con el prójimo, con nuestras familias, con nuestra sociedad y Estado, a cumplir cabalmente con nuestros deberes y responsabilidades en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en nuestras vidas; seguros de que –con ello- haremos una gran transformación, una resurrección, a una mejor y más acogedora sociedad, a un sistema político más equitativo, con mayores oportunidades. Como reza el adagio popular, “El que persevera alcanza”, el maestro Jesús perseveró con su ejemplo, constituido en su sacrificio y muerte, para lograr finalmente que su legado perpetuara no sólo su nombre y vida, sino su ejemplar e inagotable amor por la humanidad.

Colombia, y nosotros todos, al igual que los pueblos del mundo, deberíamos tomar ese ejemplo, buscando realizar la que fuera una de las más importantes muestras de amor y comprensión por la humanidad, la paz.

Exterminar la guerra, acabar con los odios, eliminar el ímpetu de grandeza que a veces nos caracteriza, hacer un alto en el camino en busca de riquezas materiales, para ayudar al desvalido y proteger al indefenso, es desde la época de Jesús y hasta nuestros días, una gran forma de renacer, de resucitar, para renovar nuestras vidas, nuestras fuerzas y ponernos al servicio de causas nobles y justas, poniendo en práctica los principios e ideales que fueron inspirados por nuestro Creador con su Resurrección.

Hay que seguir insistiendo con hechos, no con palabras, con acciones no con promesas, perseverando y trabajando sin desmayo, en busca de la materialización de esa Paz que todos anhelamos y por la que tantos esfuerzos y sacrificios se han malogrado, haciendo hasta hoy imposible que podamos alcanzarla y efectivamente disfrutarla.

La Pascua es una fiesta que invita al cambio, no sólo de la vida a la muerte, es también eliminando nuestros errores y renaciendo en mejores y más dignas formas de vivir, buscando corregir nuestras fallas y reivindicando un cambio real frente a nuestros malos hábitos y costumbres, es renunciando a todo aquello que nos esclaviza y deshumaniza, como podemos alcanzar no sólo felicidad, sino también una mejor calidad de vida, una verdadera paz y reconciliación entre todos.

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Ciudadana y el Desarrollo-Comunitario; en Derecho Constitucional y Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.