Escrito por: Briseida Sánchez Castaño.

Hoy es domingo y el trabajo ha estado mermado, no he levantado todavía para un corrientazo de los de la 33 que vale dos mil quinientos pesos, pero le ponen a uno mucho arroz y mucho caldo y un hueso grande que después de mucho trabajarle, algo de carne se le saca, me dicen Rocky porque me parezco a un boxeador muy importante, pero mi nombre verdadero es Rodrigo, soy negro, de huesos largos, y piel brillante, siempre estoy sudando, soy fuerte  por puro azar, nunca pasan más de dos días seguidos sin que algo le eche al estómago, a veces cuando siento que moriré de hambre, por fin, algo me cae de improvisto, nunca he muerto de hambre, aunque la vivo cada momento como un dolor crónico que me acompaña siempre, conozco el hambre desde que me acuerdo de mí y nunca se me quita, la vida me parece larga, ¿qué tal eso de uno vivir hasta los ochenta años? , de solo pensarlo me canso,  serian como cuatro de las vidas mías, no estoy de acuerdo con durar tanto tiempo,  una buena edad para uno morir es a los cuarenta años, porque la juventud es capaz de aguantar la pobreza,  después de los cuarenta la pobreza no se aguanta físicamente, trabajo en el semáforo principal de la calle 33, limpio parabrisas, de cada veinte carros que limpio, solo un conductor da una moneda, a veces de cien, otras veces de doscientos y con mucha suerte una de quinientos, hace una semana que solo puedo limpiar con agua, no he tenido para el jabón, en realidad yo sé que los vidrios nunca quedan más limpios, al contrario, siempre quedan peor, pero las  personas dan es por el gesto de limpiar, no porque verdaderamente queden limpios, siempre que me acerco a un parabrisas tengo un miedo muy interno a que alguno se enoje  tanto que se baje del carro y me dé un tiro, si el vidrio está abajo, uno por la cara puede saber a quién se le ofrece el servicio, si está subido, es un riesgo y un azar, sé que los conductores siempre prefieren que uno no les limpie el vidrio, pero es que pedir dinero sin hacer algo, eso es mendigar, y tan bajo nunca me ha gustado caer, hoy tendré que pasarme a otra cuadra, porque un combo de indigentes se vino al separador en el que yo tengo mi puesto de trabajo, mi balde, y mi limpiabrisas, no me gusta mezclarme, una cosa es ser indigente, son gente que sí está jodida y otra cosa muy distinta ser limpiador de parabrisas, yo nunca he dormido en la calle, por la noche al terminar me voy a mi barrio, el Picacho, un cerro donde tenemos una casa de tablas con techo de zinc, dormimos cinco en una casa de dos por dos, pero solo nos juntamos en la noche, en el día todo el mundo sale al rebusque y la comida cada quien se la debe levantar como pueda en la calle, la casa solo es para estar por la noche, no hay televisor ni estufa, solo colchonetas y cobijas viejas, el trabajo se nos ha complicado desde que apareció el coronavirus, la gente ya no baja los vidrios, ni si quiera para dar la cara y decir que no, siempre creen que uno los va a contagiar. Ayer pasó una señora en un carro blanco de esos de los ricos, con vidrios oscuros, ya sé que los que tienen esos carros se enojan mucho cuando uno se les acerca, pero no tenía nada y el estómago me sonaba, esta vez comencé a limpiar y nadie bajó el vidrio para madrearme, al terminar, me hice al lado de la ventanilla del conductor, una señora bajó el vidrio, tenía un tapabocas de colores muy bonito,  de su carro salía un aire frío, muy frio  que me refrescó un momento y un perfume de flores, esa señora olía a lo que huelen los ricos, era agradable,  me dijo, súbete la mascarilla, la tenía en el cuello, me subí ahí mismo la mascarilla de tela que me encontré el otro día vagando por las calles, me dio un sándwich con demasiadas envolturas en un papel muy fino, tanto que conservé esas envolturas mucho tiempo porque eran suaves para tocar y un jugo en un frasco de esos finos, con una marca en inglés, dulce, delicioso, nunca había tomado algo tan rico, el sandwiche aún estaba calientico, con mucho queso que se chorreaba, y un billetico envueltico de cincuenta mil pesos, salté muy alto  de la alegría, le hice una pirueta en el aire y me alejé del carro, antes de subir el vidrio, cuando me alejé, ella se bajó la mascarilla y me sonrió con unos dientes blancos que alumbraban, se alejó despacio, pensé, que suerte sería haber nacido como ella, ser ella, ser esa mujer, para ser  blanca, limpia, rica, bonita, perfumada, impecable y vivir en un carro como ese que es igual de grande a mi casa, ya con la mascarilla en el cuello le dije con una sonrisa pintada en mi cara, ¡ Gracias señora ¡, me dijo en voz pausada, ¿cómo te llamas?, le dije, Rocky , me respondió, de nada Rocky , y me dijo, te pareces a un boxeador muy famoso, le respondí, soy un boxeador de la vida, señora, sonrió y dijo, así lo creo, le pregunté si pasaba muy seguido por esta calle, me dijo que era una ruta relativamente habitual, aprendí su placa, desde entonces la espero siempre, no volvió nunca más, le digo a mis colegas, si ven un carro de placas BSC705, limpien esos vidrios, acérquense a la ventanilla del conductor, díganle que conocen a Rocky y ese será el día de más suerte en  toda su vida.