Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
Los segundos son aquellos en los que violamos la ley deliberadamente, como mentir, robar, engañar a nuestro cónyuge, dañar a otras personas, alcoholizarnos, usar drogas, acciones sexuales ilícitas, etcétera. En ambos casos, justificar nuestro pecado es no reconocerlo, y si no lo reconocemos no llegamos al arrepentimiento.
La falta de arrepentimiento nos mantiene sometidos bajo el pecado, estancados, sin posibilidad de progreso ni felicidad, pues el pecado trae tristeza, conflicto, destrucción y muerte a nuestra vida. Si no nos arrepentimos, no podemos ser perdonados. El verdadero arrepentimiento usualmente trae dolor, y en ocasiones es muy doloroso.
Por otra parte, todo pecado trae culpa a nuestra vida, a través de la conciencia. Hoy en día muchas corrientes afirman que la culpa es destructiva y no debemos sentirnos culpables ni arrepentirnos de nada de lo que hayamos hecho, sino “sólo aprender de nuestros errores”. La Biblia enseña otra cosa. Ésta llama pecado a todo lo que no agrada a Dios y nos daña, o daña a otros.
La culpa es la consecuencia inmediata del pecado, y no podemos librarnos de ella sino hasta arrepentirnos y confesar nuestro pecado. Entonces podemos alcanzar perdón, redención, y la oportunidad de transformar nuestra vida para empezar a hacer las decisiones correctas. La culpa es el foco rojo, el indicador de que algo no anda bien y de que debemos detenernos a reflexionar.
La culpa puede ser destructiva, sí, pero sólo si no nos arrepentimos y continuamos con el mismo comportamiento, o si no somos capaces de reconocer el error a cabalidad y no intentamos mejorar fervientemente y con un corazón sincero. La culpa puede ser destructiva sólo si no recibimos el perdón, ya sea porque no queremos perdonarnos a nosotros mismos, o porque no creemos que Dios pueda perdonarnos.
Tanto el pecado de omisión como el pecado de comisión son igual de graves. Ambos nos separan de Dios y nos conducen a la muerte espiritual. El progreso espiritual y la liberación sólo vienen cuando hay arrepentimiento. La felicidad huye cuando vivimos en pecado. La felicidad proviene de la santidad, de acuerdo a la Palabra de Dios. Por eso Cristo nos dijo: “Sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo”. (Mateo 5:48.)
El apóstol Pablo habla claramente de su doble tendencia: por un lado, para hacer lo que no quiere, pues sabe que no es lo que debe hacer –pecado de comisión–, y por otro, para no hacer lo que quiere y debe hacer –pecado de omisión–, sino lo que no quiere. (Romanos 17:14-20.)
De igual manera, nosotros nos debatimos entre lo que debemos y no debemos hacer. Nuestros deseos nos impulsan hacia el pecado de manera constante. La culpa y la frustración siguen al pecado. El arrepentimiento es la clave para liberarnos del mismo, y el perdón es lo único que puede otorgarnos la libertad, pues es la Ley la que nos condena, pero es la gracia de Dios la que nos redime.
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