Por: Balmore González Mira

“Para corromper a un individuo, basta con enseñarle a llamar “derechos” a sus anhelos personales y “abusos” a los derechos de los demás” Gilbert Keith

El preocupante interrogante que aparece como título de esta columna de opinión es solo un llamado a la reflexión y tiene su razón de ser  por las muchas expresiones que se escuchan por todos lados en el país.  El análisis se hace en una reunión informal, en una cafetería, en los grupos de WhatsApp, en medios de comunicación, en la sala de una casa, en un almuerzo familiar. Las consecuencias de los daños y los ataques terroristas que se han vivido han llevado a que muchos nos hagamos esta pregunta y muchos otros interrogantes más que surgen de esta oleada de marchas que casi nunca han sido pacíficas y que por el contrario el vandalismo ha sido su común denominador.
¿Destruir el metro de Medellín, el jardín botánico, el acuario del parque explora, las instalaciones de los defensores de derechos humanos, o la fábrica donde derivan el sustento unas familias,  será lo que llaman revolución? ¿Este es el cambio que lo terroristas urbanos están planteando?

Los disparos que comerciantes y ciudadanos del común comenzaron a hacer en Cali y otras ciudades y a manera de dispersar para abrirse paso en los bloqueos de vías, para defender sus negocios y el sustento de sus familias, que son  lamentables y hasta condenables, ante la impotencia de la fuerza pública para contener a los agresores y destructores promotores de las “marchas pacíficas”,  se convierten en una reacción hacia quienes incendian, saquean, dinamitan y destruyen y hasta ponen en peligro las vidas de quienes supuestamente dicen estar defendiendo.

Una fuerza pública maniatada por sus señalamientos permanentes de exceso de fuerza cuando dan bolillo o tiran gases,  frente agresores con machetes, cuchillos y hasta armas de fuego a los cuales nunca les aplican la famosa condena de violadores permanentes de derechos humanos. Una confrontación desigual dónde el uniformado siempre pierde porqué está identificado frente a un criminal encapuchado, con ínfulas de libertario, con discurso de marchante pacifistas, pero con acciones terroristas, han ido creando un sentimiento colectivo de desesperación por parte de la población civil que no está representada en las destrucciones y que busca como defender lo que ha construido en años de trabajo y que los vándalos están destruyendo en minutos.
Colombia está cerca de que muchos pequeños, medianos y grandes empresarios se armen y patrocinen equipos de vigilancia que les proteja su patrimonio de los terroristas urbanos, lo que a la luz de ley penal sería legítima defensa, que podría tener consecuencias funestas por el enfrentamiento con estos combos de marchantes de la destrucción , donde la confrontación se podría salir de madre, toda vez que estos últimos ya se han sobrepasado quemando y saqueando y destruyendo el capital que muchas familias han forjado a pulso durante años y que los ha llevado al borde de la quiebra. El cansancio de estas acciones patrocinadas  por “padres de la patria” ha llevado a muchos ciudadanos de bien al desespero y ha quedado en clara evidencia que económicamente han hecho más daño los bloqueos que la pandemia, con lo cual los colombianos cada día más rechazamos estas “manifestaciones  pacíficas”.

El tendero, el taxista, el mensajero y hasta el más humilde trabajador que lleva el pan de cada día a su hogar, es la más fiel expresión del ya no más, al unísono se le escucha decir “que dejen trabajar”; Colombia no aguanta más terrorismo urbano y ojala sigamos rodeando a nuestra fuerza pública, legítima y constitucionalmente constituida para que no tengamos que soportar una guerra civil dañina, violenta y seguramente larga, que destruya en pocos días lo que tanto  tiempo ha costado construir, por culpa de unos pocos que quieren acorralar a millones de colombianos honrados, trabajadores y emprendedores, para apoderarse de lo que  nunca han trabajado.

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