Por Iván de J. Guzmán López

Hoy, a menos de dos meses para que podamos elegir a un gobernador de la talla que precisa Antioquia, se hacen más ciertas las palabras de nuestro insigne poeta antioqueño Carlos Castro Saavedra, cuando, en su poema Callémonos un rato, nos advierte: 

“Hemos hablado mucho, compatriotas,
¿por qué no nos callamos
para que las palabras se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz,
cajas de pino, escobas,
duraznos y manteles?
Hacemos mucho ruido
y repetimos la palabra muerte
hasta que la matamos.

Decimos mucho corazón
y gastamos el fruto más hermoso del pecho.
Lo que importa es el río,
no su nombre.

Lo que interesa es el pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina”.

Aunque parezca paradójico -porque en Colombia, elecciones saben a palabrerías-, ya estamos hartos de discursos que engañan, que siembran pobreza, que hablan de odios, que dividen. Ahora no necesitamos discursos malévolos, narrativas que para nada construyen, discursos que más bien destruyen, porque llevan en su almendra la esencia de la mentira o las verdades a medias; porque engañan al más necesitado y humilde.

Mejor interroguemos existencias,  examinemos obras, no escuchemos tanta palabrería; más bien auscultemos la vida de los que se dicen  capaces de gerenciar a nuestro departamento, a nuestros municipios, a nuestras gentes.

… “Por qué no nos callamos
para que las palabras se maduren
en medio del silencio
y se vuelvan arroz”, pide el poeta.

Hace poco volví a releer el ensayo de mi amigo William Ospina, justanente llamado ¿Dónde está la franja amarilla?  El libro, publicado en 1997, compuesto por cuatro ensayos sobre la vida de la Colombia de entonces, dice en sus primeros párrafos:

Hace poco tiempo una querida amiga norteamericana me confesó su asombro por la situación de Colombia. “No entiendo -me decía-, con el país que ustedes tienen, con el talento de sus gentes, por qué se ve Colombia tan acorralada por la crisis social; por qué vive una situación de violencia creciente tan dramática, por qué hay allí tanta injusticia, tanta inequidad, tanta impunidad. ¿Cuál es la causa de todo eso?”. Por un momento me dispuse a intentar una respuesta, pero fueron tantas las cosas que se agolparon en mí que ni siquiera supe cómo empezar. Sentí que aunque hablara sin interrupción la noche entera, no lograría transmitirle del todo las explicaciones que continuamente me doy a mí mismo, tratando de entender el complejo país al que pertenezco. Por otra parte, entendí que muchas de mis explicaciones no le habrían gustado a mi amiga, o la habrían puesto en conflicto con su propia versión de la realidad”.

Después de 26 años de escrito, este libro es de plena vigencia. ¡Poco o nada a cambiado en la Colombia y en la Antioquia de hoy!

Antioqueños: ya viene la elección de gobernador, para nuestro querido departamento. Son muchos los candidatos, pero la mayoría embriagados de palabras; borrachos de hablar, hablar y hablar.

Callémonos un rato y miremos a los ojos a los candidatos; miremos sus obras.  No en vano, el libro más leído en el mundo, la Sagrada Biblia, dice con fuerza y sabiduría (S. Mateo 7:16-20): “Por sus frutos los conoceréis”.

“Sentí que aunque hablara sin interrupción la noche entera, no lograría transmitirle del todo las explicaciones que continuamente me doy a mí mismo, tratando de entender el complejo país al que pertenezco”, escribe nuestro escritor colombiano William Ospina, a propósito de los interrogantes de su amiga norteaméricana.

Elijamos bien; elijamos obras, realizaciones sociales.

“Lo que interesa es el pan
y no discursos
sobre las propiedades de la harina”, dice el poeta.

“Por sus frutos los conoceréis”, dice el apóstol.

Antioquia exige un gobernador de hechos; no de palabras, palabras y más palabras.

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