La oposición, cuando es honesta y en defensa de la verdad y del bien común, es una de las más nobles formas de materializar las aspiraciones del individuo y de la sociedad. No es en contra de las personas, sino de las ideas, prácticas o creencias”.

Por: Héctor Jaime Guerra León*

La oposición, en términos generales, no necesariamente tiene que ser lo que crea contrariedad o negación, pues puede ser algo que simplemente genera diferencia o complementariedad, para la conformación o integración de un todo, como cuando, por ejemplo, al día lo complementa la noche, al exterior lo perfecciona el interior, haciéndose inevitable la presencia o existencia de ambos extremos, sin que tengan que ser necesariamente extremos enemigos o asuntos incontrastables y/o irreconciliables; pues ello no sería ciertamente un opuesto, sería algo que estaría en el mundo de la absoluta negación. Diría mejor que es obligatorio o, por lo menos muy necesario, que exista una coherente armonía o empatía entre éstos, para que tenga eficacia o sentido la existencia de ambos, pues en todo caso hacen parte de una misma cosa. No de otra manera pidiésemos entender la productiva y noble conjunción que se ha entendido como uno de los principios y equilibrios básicos del cosmos y es el que existe entre dos de los extremos naturales más conocidos: el calor y el frío o la luz y la oscuridad, por solo citar estos dos extraordinarios e incomprensibles ejemplos, en la inmensa e inacabada dualidad del Universo (como se puede deducir de La filosofía de Platón– es necesario que exista esa otra cosa aparentemente opuesta porque de lo contrario la cosa misma pierde su naturaleza y razón de ser).

Bueno, ello simplemente para inducir a mí análisis sobre uno de los fenómenos sociales más interesantes y sin el cual no pueden darse o ejercitarse algunos de los derechos más importantes y trascendentales de los seres humanos cuando –por naturaleza- hacemos parte de un grupo o conglomerado social: Disentimiento, contradicción, defensa, argumentación, abstención, duda, etc. Como decía René Descartes, ese gran filósofo, matemático y físico francés, considerado el padre del racionalismo que tantas contribuciones hizo a la teoría del conocimiento: “Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como verdaderas en la primera edad de mi vida y de cuán dudosas eran las que luego construí sobre aquéllas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema firme y permanente”, algo consecuente con la verdad, la felicidad y el bien. La duda pues, como una invaluable oposición racional a todo lo que se nos dice y sabemos o creemos saber, es indudable que nos permite ahondar en el objeto de nuestros conocimientos y prácticas sociales y podernos acercar a la verdadera realidad de las cosas y al conocimiento verdadero (sabiduría).

Es de la naturaleza -de nosotros los animales humanos- al igual que de la mayoría de todos los demás seres vivos, tener el instinto (derecho) de “sociabilidad”, que nos obliga a hacer parte de una organización, llámese familia, comunidad, Estado o sociedad, pues estas organizaciones o civilizaciones no pudiesen existir, avanzar y progresar, sin la existencia y permanencia de las personas individualmente consideradas. Estas son pues dos elementos aparentemente opuestos, pero en realidad lo que son es el complemento indispensable y sin el cual no pudiésemos hablar de civilización, de Estado y mucho menos de sociedad. Es mediante la facultad de pensar –instinto natural que nos hace diferentes de los demás animales- como podemos expresar, siendo seres de la misma especie- algunas diferencias u oposiciones a los demás individuos de nuestro grupo o entorno social.

Es ahí, en la actividad de pensar, en donde puede nacer la necesidad o sentimiento de actuar diferente a otros (oponerse), pudiendo interpretar de diferentes maneras los fenómenos físicos, naturales, sociales o los actos individuales o inclusive colectivos, de nuestros semejantes y es allí donde subyace la posibilidad de – por pensar diferente- hacer parte de actividades o de procesos que persiguen objetivos distintos o “mejores” a los que pueden estar pensando o emprendiendo los demás miembros de nuestra institución o colectividad (familia- Estado o sociedad- comunidad).

Con esa característica, la de ser diferentes, que nos agrupa en colectivos con las mismas o similares líneas de pensamientos (ideas), asumiendo creencias que pueden ser diferentes, nacen simultáneamente muchos derechos, que son los que se han logrado y por los cuales se ha luchado en muchos escenarios y épocas de la existencia de la humanidad.

Uno de esos derechos es el de la Oposición, que en términos políticos, nos invita a manifestar, contradecir y defendernos democráticamente de conformidad con unas reglas que nos permiten proteger o mejorar –cambiar si es necesario- racionalmente nuestras opiniones, al poderlas contrastar o complementar con las de quienes pueden estar pensando y/o actuando distinto o alimentando ideas diferentes en los contextos sociales, institucionales donde dichas creencias o comportamientos se practican.

Para hacer o fomentar oposición política sensata y coherente, se debe hacer en el marco de los procesos democráticos, con ponderación y argumentos objetivos que propendan por la búsqueda y defensa de la verdad y la dignidad humana. En términos filosóficos y políticos la oposición, la idea adversa, es necesaria para poder encontrar, como decían los griegos, “la verdad, la belleza y el bien” sobre las cosas y así poder encaminarnos realmente a la búsqueda del buen servicio público y del bienestar, que deben ser los auténticos objetivos de un buen ser humano y del político ejemplar. Es la más eficaz y noble forma de encontrar la felicidad de los pueblos, cuando se trata de una oposición que actúa dentro del Estado de derecho y con fines esencialmente altruistas y humanos.

La oposición, cuando es honesta y en defensa de la verdad y del bien común, es una de las más nobles formas de materializar las aspiraciones del individuo y de la sociedad; cuando se torna en una perversa y repudiable herramienta política, basándose en argumentaciones falsas, tergiversando o manipulando la verdad, como suele ocurrir en nuestra amada patria, utilizando el engaño, el oportunismo y la mentira, es de lo más denigrante y deplorable que le pueda ocurrir a los procesos políticos, a la sociedad, a las personas calumniadas (víctimas) y, desde luego a la democracia.

*Abogado. Especialista en Desarrollo Social y Planeación de la Participación Ciudadana; en Derecho Constitucional y Normas Penales. Magíster en Gobierno.