Por Iván de J. Guzmán López

El militar y político francés, Charles de Gaulle, quien carga con el honor de haber encabezado la resistencia durante la ocupación alemana, decía que “los franceses descubrieron la igualdad en tiempos de Luis XVl, y, en nombre de su descubrimiento, guillotinaron al rey y a la reina. Y que todavía ahora, después de casi doscientos años, los franceses siguen tan partidarios de la igualdad como entonces, y que, como afirmación por esta pasión por la igualdad, todos buscan la manera de tener y gozar mientras más privilegios, mejor”. 

Todos los colombianos recordamos todavía las fatídicas marchas de julio de 2021. El estallido social de Colombia, o simplemente “el estallido”, fueron una serie de manifestaciones organizadas por la mal llamada izquierda colombiana, bajo la coyuntura del anunciado proyecto de reforma tributaria propuesto por el gobierno del presidente de entonces, Iván Duque. Los colombianos todos, ricos, pobres, jóvenes, ancianos, niños, nadies, nadias, bonitos y feos, vimos con pavor cómo se incendiaba el país, en nombre de la igualdad y contra la reforma. Como no estábamos en 1780, no había rey y reina para decapitar, pero ganas no le faltó a la famosa primera línea y a sus mentores tras los desmanes.

Lo cierto fue que esas oscuras circunstancias estimularon a miles de desencantados con la tarea social que no quiso o no pudo hacer la política tradicional colombiana, sumados estos a una juventud perdida en la historia y ansiosa de cambio, para votar por personajes como Gustavo  Petro y Francia Márquez. Ya antes lo habían hecho por Daniel Quintero, en Medellín, y Jorge Iván Ospina, en Cali, al día de hoy, los alcaldes peor calificados por los ciudadanos, según reciente encuesta de Invamer, con pobrísima gestión y desastrosas consecuencias para ciudades como Medellín y Cali, otrora modelos de Colombia.

La palabra “igualdad” fue retahíla en los discursos de campaña de los promotores del “cambio”. Y el ministerio de la igualdad, promesa hecha a Francia Márquez, acaba de ser decretado, no obstante el boato, el derroche de recursos públicos,  los escándalos de corrupción, la incoherencia visible entre el discurso y el hacer, y los viajes por el mundo del presidente y la vicepresidenta lanzando globos ante la despistada comunidad internacional, inflados con la evidente preocupación mundial por el fenómeno del calentamiento global.

No sabemos si con esta “pasión por la igualdad”, los pregoneros de ella buscan la manera de tener y gozar de más privilegios. El elefante que acaba de nacer, en un país con indicadores en caída libre y empobrecimiento acelerado, es para tener en observación permanente. Veamos: este ministerio, el decimonoveno del gobierno colombiano, recibe ¡un presupuesto potencial de casi medio billón de pesos y 744 nuevos cargos! Según los pregoneros de la igualdad, esta cartera tiene como objetivo abordar problemas como el racismo, la discriminación, las desigualdades causadas por el cambio climático, las brechas entre el campo y la ciudad y las violencias basadas en género.

Si este parto se hubiese dado en el gobierno de Iván Duque, la nación entera estaría en llamas, y los cuellos del rey y la reina, partidos por la violenta soga de la apocalíptica primera línea.  Esto se colige  fácilmente, si hacemos cuenta que la burocracia a crear, en nombre de la igualdad, habla de 5 viceministerios: Juventud; Mujeres; Pueblos Étnicos y Campesinos; Diversidades, Poblaciones y Territorios Excluidos, y Superación de la Pobreza. A estos se suman 20 directores técnicos, 32 directores departamentales y 21 asesores. Solo en el despacho de la ministra Márquez se crearán 11 oficinas adicionales.

¿Al gobierno Petro no le alcanzan los 18 ministerios que hoy funcionan, para luchar por la cacareada igualdad? Esperemos que el nuevo ministerio no sea un desangre para el país, y una burocracia clientelista como ahora sufren ciudades de la importancia de Cali y Medellín.

A 10 meses del gobierno Petro, señores desencantados con la política tradicional, jóvenes ansiosos de cambio de toda Colombia, ¡creo que el remedio resultó peor que la enfermedad!