Por: IVÁN  ECHEVERRI  VALENCIA

A escasos días de dejar la presidencia de Estados Unidos, el Presidente Donald Trump, durante sus cuatro años, llamó siempre la atención por sus excentricidades, la intransigencia, por ser mal encarado y de personalidad narcisista que lo condujo muchas veces a mantener unas relaciones  conflictivas y una carencia  de empatía con sus más cercanos colaboradores y mandatarios de otras naciones.

La figura de Trump difícilmente la olvidaremos, por su estilo político controversial y disruptivo; amigo de los desaires públicos que lo hacían denotar como una persona prepotente, mal educada e insolente, pero, demasiado atractivo para los medios de comunicación y la opinión pública que disfruta de figuras chocarreras y  propiciadoras de  noticias amarillistas y cantinflescas.

El presidente 45 de los Estados Unidos de América, quien se posesionó el 20 de enero de 2017, después haber perdido  por voto popular con Hillary Clinton, pero que al final resultó vencedor al  obtener una  mayoría en el colegio electoral, de acuerdo con el sistema vigente en esa nación, termina de manera lánguida su gobierno. La CNN lo define así:”Trump tomó un país que, según el Centro de Investigaciones Pew, era mayormente admirado y lo transformó en un objeto de lástima y alarma”.

Hechos por los cuales mal recordaremos a Trump fueron: el intento de la construcción de un muro que separase México de Estados Unido en pleno siglo XXI; la estigmatización y persecución implacable contra los inmigrantes; el racismo que resurgió con mayor agresividad con pérdidas de vidas humanas de  afrodecendientes y latinos por cuenta de efectivos policiales; el mal manejo de la pandemia que azota el mundo y en mayor grado a ese país por haberla minimizado torpemente y que ha dado lugar a miles de muertos, la misma que colapsó la economía y aumentó el desempleo de millones de norteamericanos. Además desconoció los acuerdos que contrarrestaban el cambio climático y dejó a un lado la desactivación de la carrera armamentista y nuclear; el inédito acercamiento con el líder de Corea de Norte, que luego quiso silenciar; la impertinente oferta de comprar a Groenlandia a Dinamarca; la presunta llamada al presidente ucraniano, Volodymyr zelensky, “solicitando  un favor”  para que presionara a Biden a través de negocios de su hijo en ese país; los reclamos para que Europa comprara material americano a  cambio de seguridad.

En consecuencia, deja a los Estados Unidos, en materia internacional, muy mal parado por falta de  confianza en su relacionamiento con los países desarrollados y sus aliados de todo el mundo.

La primera campaña con Hillary y la más reciente con  Joe Biden, mostró su talante autoritario, agresivo y déspota,  haciendo valer sus opiniones por encima de todo, valiéndose de toda clase de mentiras, artimañas y ridiculizaciones a la institucionalidad, a sus interlocutores  y a quienes lo interpelaban o se le oponían.

Donald Trump, no deja un buen recuerdo de un líder mundial carismático, conciliador, hábil e inteligente; al contrario se le reconoce como una persona megalómana, hosca, imprevisible y de poco fiar.

La arrogancia de Trump, su autoritarismo, lo llevaron a desconocer su derrota en las urnas por parte del demócrata Joe Biden, que le sacó una diferencia de más de 7 millones de votos; obtuvo  306  delegados al colegio electoral contra 274 de Trump. Fue un triunfo aplastante.

El presidente saliente, es un mal perdedor, en un acto de locura e irresponsabilidad, el pasado 6 de enero, desconoció el conteo de votos, las certificaciones de los Estados que daban por ganador a Joe Biden y no acató los fallos de las Cortes Estatales ni del  Tribunal Supremo, emitidos en su contra por no haberse comprobado ningún fraude en las elecciones.

En una intervención pública, de forma audaz incentivó a sus fanáticos a  insurreccionarse contra el Congreso de los Estados Unidos, el templo de la democracia, con el fin de evitar que este  pudiese certificar a Biden como ganador absoluto de las elecciones y nuevo presidente para el período 2021 -2025.

Este fallido golpe de estado, mediante actos peligrosos y facciosos fue demencial: dejó 5 muertos, varios heridos, detenidos y cuantiosos daños materiales a las  instalaciones del congreso.

El mundo no sale todavía del asombro, de lo que puede hacer un narcisista para mantenerse en el poder a toda a costa y saciar sus apetitos egocentristas sin importarle el bien común ni el daño que pudiere hacer a la democracia de su país, que es la  más admirada del planeta

Los Estados Unidos de América, al final del dañino mandato de Donald Trump, queda seriamente golpeada a nivel interno e internacional; su democracia totalmente languidecida; la nación más poderosa del mundo queda dividida y con graves heridas que requerirá mucho tiempo para sanar.

Joe Biden, asumirá el cargo con un país que sufre los rigores y la imprevisión en el trato de la pandemia, la cual cobra miles de vidas; ha descolgado  la economía y se ha aumentado las tasas de desempleo.

Según los analistas el espíritu antidemocrático de Trump no desaparece con la victoria de Biden. EE.UU deberá enfrentar tiempos muy difíciles. El nuevo presidente, encuentra una población fragmentada y radicalizada por el racismo y los odios partidistas; la credibilidad y la autoridad moral se ha menoscabado en todos los órdenes principalmente a nivel mundial,  lo que se constituye en un gran reto el reconstruir a la nación después del paso del huracán “Trump”, que ha dejado a ese país con graves daños de credibilidad, materiales, éticos y morales, es decir en cuidados intensivos.